Año 2013. Diario de Cuba (una vueltita por la historia), parte XIV

Por Jorge Zanzio –

Día 14:

Caminamos la ciudad de La Habana de un extremo a otro con mucha hambre de seguir conociendo. Joaquín se banca estoicamente nuestra necesidad.

A pesar de su degastada fisonomía cada día la descubrimos más linda a su vieja arquitectura, y su mezcla étnica entre: aborígenes, africanos y europeos le agrega una potencia cultural extra al paisaje urbano.

Al fin nos detenemos en el café “El Floridita”, espacio emblemático en donde el escritor norteamericano Ernest Hemingway era habitué. Las ganas de ingresar se me evaporan al ver el lugar inundado de turistas apretujados chupando como esponjas; creo que unos cuantos ya están medios ebrios, y otros tantos van en camino. Entonces me decido por darle un vistazo general asomando mi cabeza hacia su interior y a otra cosa. Al menos puedo decir que estuve bajo el marco de la puerta por donde el escritor ingresó y egresó tantas veces portando su fornida contextura. Cuando un sitio perdió las características originales para transformarse en algo tan despersonalizado como un shopping o un crucero, el aura romántica se diluye. De todos modos me saco una foto frente al café y pienso en la inmortalidad. Esta foto tal vez perdure después de mi existencia, e incluso puede ser que mi hijo la guarde hasta sus últimos días, y después ¿qué? La inmortalidad no existe, al menos para nosotros, los comunes; Hemingway, perdura.