La política es un consumo cultural

Profesor Por Dr. Luis Sujatovixh* –

El proceso de articulación entre la política y la televisión ha sido muy abordado, fundamentalmente durante las últimas décadas del siglo XX. La insistencia en la pérdida de la calle como escenario fundante de la política y la adopción por parte de los gobernantes y candidatos de las reglas mediáticas (tanto en relación con los tiempos de exposición, a las actitudes a desarrollar y a la ropa a usar) transformó el vínculo entre la sociedad, los medios y la política.  La plaza, las unidades básicas y las movilizaciones fueron quedando relegadas y la fuerza de un partido comenzó a expresarse en el rating obtenido.

La “video política” como la definió Sartori suscitó múltiples reflexiones que permitieron comprender que la esfera pública se había mediatizado de forma irremediable. Esta particularidad ha sido muy estudiada para tratar de comprender las consecuencias de ese desplazamiento, pero en términos políticos o comunicacionales que se centraron en los protagonistas: por ejemplo, la emergencia del marketing digital, de los asesores de campaña y también la búsqueda de slogans que permitan competir con éxito en una disputa electoral.

Sin embargo, hay un aspecto que también exige atención: ¿de qué manera se han ido amalgamando esos temas con los contenidos mediáticos? Es decir, luego de tres décadas de esta mixtura ya estaríamos en condiciones de mencionar que la política se ha convertido en un consumo cultural. Y si bien ha perdido su carácter de asunto serio, que ameritaba lecturas, un posicionamiento (sostenido con los actos) y un espacio determinado (incluso se podría sumar el requisito de la edad) para abordarlo con la sobriedad que correspondía, también es válido reconocer que se ha convertido en un motivo de conversación cotidiano, que puede atravesar clases sociales, ámbitos laborales y que no se circunscribe a un ámbito. Hablar de los medios (antiguos y nuevos) suele derivar en la mención de alguna acción (o error) de un dirigente, que luego de algún comentario son importancia, suele derivar rápidamente en otro contenido mediático, o de la red, sin fricciones.

Para la sociedad contemporánea hablar de política no supone establecer un marco discursivo diferente al que utilizan para referirse a un meme, una serie o una canción. Allí radica entonces su nueva condición: es más cercana y a la vez menos densa, más plausible pero menos importante. El lamento acerca de estas circunstancias es muy sencillo de hallar en numerosos libros, pero hay otra alternativa: abandonar los prejuicios e involucrarse en la disputa de sentido abordando como consumidor los contenidos que los propician, es decir salir del claustro e ingresar en la red para participar del debate de ideas en los sitios en los que se producen. No hacerlo resulta una estrategia equivocada: nos reunimos con los mimos de siempre para lamentar el fracaso electoral o la falta de sustancia de los debates. Para evitarlo no hay que encerrase aún más en las aulas, sino abrirlas y acometer, sin miedo, la ardua pero impostergable tarea de entender cómo es abordada la política por las mayorías. Sin ese sacrificio, ningún esfuerzo será relevante.

*Investigador – Profesor Universitario – UDE – Universidad Siglo 21 –

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