Pensamos como Mafalda, pero vivimos como Manolito

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

Mafalda es una de las historietas argentinas con mayor presencia en las redes sociales. Sus tiras suelen aparecer casi por cualquier motivo, demostrando así no sólo su vigencia sino también la preferencia del público. Para muchas generaciones la famosa y rebelde niña sigue siendo una referencia cultural insoslayable. Sus reflexiones acerca del país, la política y la familia constituyen un acervo que la sociedad ha elegido para definirse, como una suerte de arquetipo nacional.

Sin embargo, el trato que se le prodiga a Manolito es diametralmente opuesto. Y no sólo por parte de los lectores, también Mafalda y el resto de sus amigos son muy críticos  con él.  Las dificultades de aprendizaje que padece y su interés por el dinero resultan los motivos predilectos para proferirle burlas. Acaso sea el personaje infantil más castigado. Y si bien podríamos acordar que esas falencias son propicias, en el contexto de la historieta, para las bromas que recibe. No es menos cierto que es el único niño que trabaja. Y también no parece formar parte del círculo pequeño burgués en el que están involucrados los demás. La clase social condiciona el trato, ¿no es cierto? El afán de Manolito por el dinero, ¿no podría considerarse como una reacción lógica ante la necesidad de obtenerlo para colaborar con la familia? El tiempo libre de los demás él lo pasa en el almacén, ¿es posible suponer que sólo lo haga por mera ambición?

Si nos detuviéramos a considerar la relación de la burguesía con los sectores populares, bien podríamos inferir que se trata de una sostenida exposición de un rechazo histórico ante su condición.  Los españoles que colonizaron América no tenían, por cierto, una relación muy estrecha con el trabajo. Por el contrario, los esclavos eran los encargados de las labores  y a ellos les correspondía gozar de los beneficios. En la antigua Grecia sucedió algo semejante. La distinción entre trabajadores y propietarios (sea de haciendas, de talleres o de personas) posee muchísimos antecedentes. Al respecto resulta interesante reconocer que es una noción compartida por nuestra sociedad desde diferentes campos del conocimiento, no sólo la historia, la comunicación o la sociología. Mario Bunge, epistemólogo, filósofo y físico argentino nacionalizado canadiense, en su texto “¿Qué es y para qué sirve la epistemología?” estableció que existen dos tipos de ciencia: la auténtica y la pseudociencia. Una busca la verdad, la otra “el pan de cada día”.  En consecuencia, quienes estamos atravesados por la urgencia de atender a nuestro sustento estamos, lamentablemente, imposibilitados de acceder al conocimiento en toda su magnitud. Debemos, por lo tanto, conformarnos con los sucedáneos que podemos alcanzar desde nuestra menesterosa circunstancia material y por lo tanto intelectual. Vaya paradoja que nos depara la herencia  hispánica: tantos que nos reímos con las bromas de Mafalda  y resulta que nuestro personaje era Manolito. Creíamos que teníamos tiempo para escuchar la radio en el afán de convertirnos  en la lúcida conciencia del mundo y apenas podemos disponer de nuestro ocio. Pensamos como Mafalda, pero vivimos como Manolito.