La red multiplica nuestro conocimiento o lo vuelve inútil: ¿un Aleph o un desierto?

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

En 1949 Jorge Luis Borges publicó el libro “El Aleph” y tal vez como una prodigiosa anticipación propuso dos metáforas que permiten pensar – gracias a su talento literario – algunas cualidades de la red. Es probable que la más famosa pertenece al relato que da nombre a la obra: “el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos”. No, no habla de Internet, pero bien podría ser una referencia que nos permita aproximarnos a algunas de sus virtudes. Pero no es la única alusión que podemos inferir a partir, por supuesto, de una interpretación contemporánea de sus escritos.

En el breve cuento titulado “Los dos reyes y los dos laberintos” se menciona un desafío que se establece entre dos reyes, uno de Babilionia y otro de Arabia. El primero hizo perder a su huésped en un intrincando laberinto del que solo pudo salir por la gracia divina. Tiempo después el rey de Arabia lo invitó al babilonio a su palacio. Y para vengar la afrenta lo ató a un camello y lo obligó a perderse en otro vasto laberinto: “en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso. Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed”.

Quizás se pregunten cuál podría ser la relación entre la narración y nuestra realidad digitalizada. La respuesta es la siguiente: el desafío que implica habitar un espacio que de tan cargado de datos, perfiles y algoritmos bien podría considerarse un desierto. ¿O acaso hay diferencias entre un sitio deshabitado y uno multitudinario? Debemos aceptar que en ambos estaríamos solos, desamparados y confundidos.

De igual forma cualquier búsqueda en Internet nos depara tanta cantidad de información que es muy semejante a no recibir ninguna. Por ejemplo, si ponemos la palabra hola en el más famoso buscador, recibiremos cerca de 845.000.000 resultados en 0,53 segundos. Si cualquier vocablo (aún uno de los más simples) puede suscitar ese número de respuestas, no hay dudas que – si estamos inquiriendo alguna cuestión que apenas conocemos, por ejemplo el origen del idioma latín – no nos alcanzará la vida para adentrarnos en sus aspectos más acabados y difíciles. Entonces me pregunto si la red con su abundancia de fuentes de información, aumenta nuestro conocimiento o suscita nuestra ignorancia. Si la escritura fue repudiada por los sabios de la antigüedad porque volvería menos hábil a la memoria, y con ella la oralidad sería más trivial, podríamos postular que el valor del conocimiento pondría estar debilitándose frente a una veloz arquitectura de algoritmos que hace de cualquier búsqueda un infructuoso peregrinaje por el desierto digital que quizás dure más de cuarenta años.