Dr. Luis Suatovich – UNQ – UDE –
Nadie cuenta su vida sin algún recurso de la ficción. Cualquier relato incurre en la exposición de una subjetividad y sobre ella hace pasar los acontecimientos. Es más sencillo conocer qué opinión nos produce un hecho, sus consecuencias y el modo en que lo recordamos que los detalles específicos del hecho, sin ningún condicionamiento. Para conocer un hecho necesitamos abordar todas las miradas que estuvieron involucradas y aun así tampoco nos alcanzaría. Sumar interpretaciones no nos acerca a la verdad, sólo nos ofrece una aproximación a las discrepancias que caben en cualquier asunto.
Podemos acordar entonces que cualquier descripción incluye una voluntad de sentido que busca expandirlo hacia los demás, con la pretensión de volverse totalizante. Es decir, quien nombra algo pretende que sea ésa la denominación última. Por lo tanto, no se comprende por qué se insiste en denunciar que cada la mayoría de los sujetos engaña en sus perfiles en la red. ¿Cómo debería diseñarse una presentación honesta? Si se incluye una foto, ¿hay un encuadre que garantice veracidad? No se deberían usar filtros, por supuesto. Aunque sólo tengan una función onírica o de mera satisfacción ante una apariencia diferente. Si extremamos los requerimientos, la tintura, el ejercicio, la ropa de ciertos colores e incluso una prótesis dental conformarían elementos que buscan confundir a los demás respecto de nuestra condición externa. A veces pareciera que se confunde verdad con nuestra peor versión. Será que cuando estamos mal no fingimos. Vaya curiosidad posmoderna, confiamos en el dolor para reconocer la verdad.
¿Toda ficción sobre nosotros es una mentira? Mejor dicho, tratar de vernos mejor, ¿supone una manifiesta voluntad de mentir? Supongamos que se inventa una aplicación que impide cualquier modificación y su uso se vuelve obligatorio, es posible que nuestra percepción se viera impactada por las nuevas realidades, pero con el tiempo se transformarían en habituales y luego dejaríamos de notar los cambios. Y volverían a aparecer los reclamos. Porque seguro habría a quienes les sentiría mejor las condiciones del no filtro y el resto sospecharía de alguna estrategia. En las apariencias se cifran más expectativas que en las acciones de los sujetos, por eso nos preocupa más la ropa que la calidad de nuestro trabajo.
Queda, por último, señalar la perplejidad que suscita la búsqueda de certezas respecto a la condición de las imágenes en la red. Nos enojamos por el empleo de recursos digitales porque alteran el cuerpo, porque no se ajustan a la realidad, como si nuestra subjetividad no tuviera un filtro propio.
“La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”, escribió García Márquez. De eso se trata nuestro proceder en la red y también en el resto de la vida.
El relato que nos damos sobre nuestra existencia nos pertenece, y por lo tanto, sólo tiene una obligación: proyectar nuestra subjetividad para satisfacernos. Si como afirmó Kant, la cosa en sí es incognoscible, toda exposición tiene un grado de ficción. Asumirla no es una opción.