Seguimos personas porque es más sencillo que perseguir un ideal

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

El problema de seguir a una persona es que si abandona las ideas que nos aúnan es posible que no nos demos cuenta. Y persistamos en acompañarla y defenderla. Incluso existe la posibilidad de que desconfiemos de nuestra percepción y supongamos que si el resto sostiene su compromiso, estamos equivocados.

Ya no nos dejamos atravesar por conceptos, por preceptos, por el afán abstracto de ser mejores (o más justos) sin que posemos nuestro deseo en alguien, o en algo. El personalismo es un atajo para practicar cualquier ideal, para asomarnos a una rutina que admiramos. Y entonces acabamos confundiendo sus hábitos  con el conjunto de saberes y actitudes que debemos adoptar para alcanzar el estadío superador de nuestro ser. Los seguidores de cualquier líder, cantante, modelo, artista, sindicalista, político o simplemente famoso lo saben muy bien: concurren a los sitios que frecuenta, comparten plenamente sus opiniones y si pueden, copian sus gestos. De alguna forma, se convierten en bocetos de quien admiran. Como si se tratara de hijos que buscan complacer a su padre de la forma más acertada para suscitar su atención y su beneplácito.

No es casualidad que la proliferación de estas agrupaciones provoque en la red una serie interrumpida de fricciones y malos entendidos. Para aquellos que disienten, aun compartiendo las nociones fundamentales, no hay más que el más férreo desprecio: la acusación de enemigo es inalterable. Como se confunde sujeto con ideas, disentir con la persona es rechazar el conjunto. Por eso las teorías permiten debates y los nombres propios, no. Si a este equívoco le añadimos las emociones, como argumento de toda forma discursiva, nos hallamos más impelidos a callar que a interrogar. El miedo a la represalia del otro (multiplicada inmediatamente en la red) es el acto de censura más eficiente, colectivo y privado de la historia.

A cambio de nuestra devoción el líder tiene un mandato imprescriptible: aún muerto debe cumplir con nuestras expectativas. Aunque eso exija que se oculten pasajes de su vida o que se reescriban sus memorias permanentemente como en los ministerios de la novela 1984. La trayectoria de una persona que se precie como la encarnación de una idea, o acaso como la condición de posibilidad de la existencia de ella, debe deparar sólo algunas mínimas fluctuaciones, su derrotero debe ser tan simple y concreto que pueda explicarse en un tuit. ¿O hay alguna otra estrategia para ganar una discusión en un foro?

Hay que admitir que perseguir a un individuo es más plausible que a un ideal. Pero nos limita, en tanto los conceptos se ajustan a los estrechos límites de un cuerpo (de una subjetividad) devienen en dogma, en imposición, en la obligación de acudir al pasado como único lugar legítimo para seguir siendo digno.  Así buscamos complacer de una forma unívoca al otro en tanto que se precia inmóvil, próximo y sin incoherencias. Es como si siguiéramos a Superman, con la secreta ambición de ser como él. Pero sin darle ninguna posibilidad de abandonar su traje.