Leopoldo Lugones: en pugna con el mundo y consigo mismo

Por Elvira Yorio –

¿Son sagradas las últimas voluntades? Si lo fueran, deberían ser respetadas. No siempre es así. Un caso paradigmático se encuentra en Leopoldo Lugones. Consecuente con su pensamiento: “dueño de su vida, el hombre lo es de su muerte”, decidió morir por mano propia. Garrapateadas al temblor de la huida, sus últimas voluntades expresan el deseo del anonimato, del olvido colectivo. Ello no se cumplió. Sus restos contenidos en un lujoso féretro se  depositaron en una bóveda en el cementerio de la Recoleta, eso sí, sin placa ni identificación alguna, contrariando su manda de ser enterrado sin cajón,  como prescribían antiguas costumbres judías o musulmanas. Desde 1994 su reposo definitivo está en la Córdoba natal.  También  había dispuesto, en realidad, “prohibido”, que se diera su nombre a ningún sitio público. Tampoco esa disposición se cumplió. La Sociedad Argentina de Escritores, que el propio Lugones fundara en 1928, impuso su nombre a la sede central de la entidad. Además en la ciudad de Buenos Aires hay una avenida ( actualmente autopista) “Leopoldo Lugones”, asimismo se llaman con su nombre bibliotecas, alguna Casa- museo, hasta una plazoleta en nuestra ciudad. A ese reconocimiento póstumo, cabe agregar la enorme bibliografía existente sobre el escritor. No solo de los más reconocidos autores argentinos, como Ara, Obligado,  Anderson Imbert, Cúneo, Gálvez, Ghiano, Giusti, Henríquez Ureña, Mallea, Viñas, Jitrick, etc  y desde luego, Borges, sino de extranjeros, entre los cuales se destacan tesis doctorales sobre su obra presentadas en las universidades de Kansas, Washington, California, Pittsburg, Columbia, etc.

Repasemos algunas estampas de su convulsionada vida. A los diecinueve años  dirigió un diario, cuyo título  anticipaba de algún modo su contenido: “Pensamiento libre”. Se calificó a sí mismo como liberal convencido y valiente. También se proclamó anticlerical. Años atrás  había recorrido las calles de su Córdoba natal gritando: ¡muera Dios! y  otras diatribas contra la religión. Desde esas páginas convocaría a la juventud a publicar sus ideas. No duró demasiado esa publicación, los apremios económicos determinaron el cierre. Su prédica inflamada, sin embargo, encontraría otros cauces donde manifestarse. Comenzó a colaborar en el diario “La libertad”. También lo hizo con “El tiempo”, donde da a la página la serie combativa  “El misal rojo”.  Para ese entonces  ya había cosechado  muchas opiniones adversas, sobre todo de organizaciones católicas, pero… no lograron que depusiera su actitud.  En ese periódico recibiría el espaldarazo de Rubén Darío, quien en 1896 le dedica un escrito que titula “Un poeta socialista”. El escritor nicaragüense no escatima elogios para con Lugones ¡hasta llega a compararlo con el Dante! Ese fue el inicio de una gran amistad iniciada en Buenos Aires a fines del siglo XIX, que se mantuvo hasta el fallecimiento de Darío en 1916.

Sí, en esa etapa de su vida, se jactó de su socialismo. Participó de la fundación del partido en 1896. Al año siguiente trabajó activamente con  José Ingenieros en  un diario, “La montaña”( socialista-revolucionario), que también apoyaba y difundía ideas anarquistas. Ambos directores publicaban sus propios y encendidos discursos políticos, y  también daban cabida a proclamas de autores extranjeros. A los veinte años publica “Las montañas del oro”, manifestando su admiración por Witman, Almafuerte, Víctor Hugo…los compara con el Dante y Horacio. Muchos creen ver en este libro la influencia de Baudelaire. Los estudiosos del movimiento como Jitrick y otros, identificaron a los introductores del modernismo como pertenecientes a una ideología revolucionaria, disconformista, de transformación.

Ese “liberal rojo, subversivo e incendiario” al decir de Romagosa, va cediendo tales posiciones y pasa a ser defensor de doctrinas belicistas. Se convierte al catolisismo. Después, ante los prolegómenos de la guerra, comienza a descreer del sufragio, los sistemas populares y ve en la fuerza una solución. Y  en este convencimiento comete el craso error de apoyar la revolución que derrocaría a Irigoyen.               

El estudio de la literatura universal nos demuestra que hay una recurrencia cíclica en la renovación de las formas de expresión tanto en la poesía cuanto en la prosa. Siempre hay un punto de partida para todos los movimientos literarios. El modernismo lo tuvo en las obras de Gutiérrez Nájera, José Asunción Silva, Martí, pero su máximo exponente fue, sin duda, Rubén Darío. Surgió como una reacción al romanticismo. Se lo cita a Lugones como ejemplo de esta corriente literaria, en poesía con su obra “Los  crepúsculos del jardín” y en prosa con “La guerra gaucha”.

Viajó a Salta en 1894, y quedó impactado con el trato de personajes que le relataron episodios de la independencia. Se documentó  e informó con gran avidez sobre esa gesta heroica de nuestra historia. Una década después plasmaría esas impresiones en “La guerra gaucha”(1905). Este libro ha merecido comentarios muy laudatorios, que trazaron un paralelo entre su prosa y la de Quevedo y Gracián. Otros, le achacan constituir una ostentación de técnica verbal, que obliga al lector a una continua consulta con el diccionario. Borges también destacó que  en este texto, el barroquismo de Lugones, llega a sus últimas consecuencias, y atribuyó su gran difusión  solo  al hecho de que fue llevado con gran éxito al cine. 

Lugones siempre suscitó admiraciones vesánicas y críticas acerbas. Ello se debió no solo a la vehemencia con que sostenía sus extremas ideas, sino por el viraje que imprimió a esas posturas políticas en la adultez. Roberto Giusti  describió dicho proceso de este modo: “desde el   socialismo teñido de anarquismo, a las posiciones extremas de derecha, de la juvenil exaltación de las multitudes al nietscheismo de la edad madura, del socialismo fraternizador  de los pueblos al nacionalismo belicista, del liberalismo ateo, por consiguiente, del anticlericalismo, a la fe en los valores tradicionales históricos y religiosos…”La vanguardia” el conocido diario socialista, vocero del partido durante más de cien años, denostó a Lugones llamándolo “detractor” del socialismo, y lo acusó de pretender copiar los peores modelos extranjeros de nacionalismo. Otros  asumieron su defensa  diciendo: “…quisieron embarrarlo por su curiosidad, por su inquietud, porque es un hombre que comete el delito de evolucionar; Lugones escandaliza, luego existe…”  En alguna oportunidad  él afirmó: “Vivir es renovarse continuamente y renovarse es cambiar. Así proceden los elementos en nuestro organismo…” En  verdad, muchas personas han sentido en su primera juventud inclinación por las izquierdas y ese idealismo que conforma su prédica de solidaridad y justicia social. Posteriormente han variado su perspectiva. El de Lugones no es un caso aislado, pero el enorme grado de exposición que tuvo durante toda su vida, posibilitó un mayor ensañamiento en las críticas.

Un hombre apasionado en todo lo que hizo. Dijo Obligado: estudiaba “con fiebre, con delirio, ansioso de saber…”, y además, escribía con ímpetu e inventiva imparable o  pronunciaba conferencias inflamadas. Disfrutaba de la impresión que causaba su fervorosa prédica, tal vez un poco ensoberbecido conocedor de su valía.  

Como señalara Borges muchos años después, Lugones “fue un hombre polémico, asertivo, e incómodo. Sus desagradables y enfáticas opiniones políticas dañaron su reputación literaria.” Pero, no tuvo ninguna duda en afirmar que Leopoldo Lugones fue y siguió siendo el máximo escritor argentino, que “erigió altos e ilustres edificios verbales.”

Tal vez no le faltó razón a Noé Jitrick que escribiera un libro titulado “ Leopoldo Lugones, mito nacional”,  cuando expresó que su obra refleja y refracta la identidad nacional.     

Cualquiera que repase la vida y la obra de Lugones, encontrará una trayectoria escarpada, difícil de encasillar. Quizás quepa hacer una pregunta: ¿existe valentía en la acción de contradecirse a uno mismo? Negar algo que se ha sostenido con firmeza y convicción requiere humildad, pues de algún modo, implica reconocer un error. Las circunstancias que constituyen todo entorno se modifican, más allá de nuestros deseos o apetencias, y ese cambio, puede traer aparejado también una transformación de las ideas. Desde luego que los cambios pueden revelar asimismo incoherencia, debilidad, actitudes acomodaticias que responden a intereses subalternos… De cualquier modo, su magnífico aporte a la literatura no puede ser cuestionado. Fue un precursor del cuento fantástico y de la narrativa de ciencia ficción. Y fiel intérprete y continuador de la labor de Darío, según afirma Borges “en lo que hace a la renovación y liberación de formas poéticas, a la diversidad de metros, al uso virtuosista de las rimas insólitas y un largo etcétera.” calificando a su obra como una de las “mayores aventuras del idioma español.”               

Fotografía: Archivo web.