Dr. Luis Sujatovich – UDE- UNQ –
El uso de la razón no se encuentra entre las formas más habituales de participación de la sociedad en la red: a diario es posible encontrar evidencias que lo demuestran. Las fake news y las campañas en contra o a favor de algo, de alguien (sea real o ficticio) abundan. Incluso los hashtags (o etiqueta en castellano) suelen proponernos consignas que riñen con la sensatez y ponen a prueba la capacidad de ridículo de los participantes. Pero esas situaciones no parecen incomodar más que a unos pocos: aquellos que no han podido adaptarse a la vorágine realidad digital donde las emociones ocupan un lugar preponderante. Ellas ordenan las interacciones bajo sus caprichosas reglas.
Uno de los emergentes más notables de esta circunstancia está dada por los botones que están debajo de las publicaciones, ya que facilitan la adhesión y replica de cualquier mensaje constituyendo a cada integrante en un emisor de igual valía que el resto. La red, entonces, se configura como un espacio que simula organizarse bajo criterios de democracia directa: quien obtiene más aprobación, gana notoriedad.
Pero ¿en qué se basa la diaria elección de la historia del día, de la foto más comentada, del video más compartido? En la empatía. O más precisamente, en la capacidad que tengan de lograr suscitarla en cada habitante de la red. El “me gusta” es más que una opción pues conforma el horizonte de expectativas de quienes allí están y a la vez resulta la síntesis expresiva más efectiva que haya tenido alguna vez un espacio sociodigital. Ese término es capaz de expresar adhesión, interés, alegría, reconocimiento, felicidad, orgullo, amor, satisfacción, goce y varios más. El lenguaje de la red está codificado para expresar emociones y si son positivas, mejor.
Pero a pesar de la facilidad que ofrece, pues con un simple clic ya estamos participando de la fiesta, del cumpleaños, del paseo, del café, de cualquier evento, también es una restricción de las posibilidades de manifestarnos, pues no emitir opinión en la única opción que resta. De esta forma se va construyendo un modo de proceder en el cual el “me gusta” es el premio esperado y a la vez una de las pocas formas automáticas de omitir una opinión.
Luego, es cierto, tenemos la posibilidad de escribir un comentario pero no se contabiliza ni circula con la misma velocidad. Además, también sabemos que muchos menos serán quienes se detendrán a revisar nuestro “posteo” si no es breve.
El resultado de tal galante intercambio de buenos augurios es la confianza depositada en el espacio conquistado: un confortable gueto digital en el cual sólo acontece aquello que esperamos. A veces aparece alguien que no respeta el orden establecido pero es rápidamente expulsado, como se merece. Nadie organiza su espacio para leer mensajes desalentadores o para que le recuerden que esa foto en la playa ya la compartió tres veces. A la red se va a pasarla bien, a divertirse, si es preciso, a simular. ¿O acaso no saben que la obligación de estar alegres – como alguna vez escribió Mario Benedetti-, se ha convertido en un acuerdo tácito que casi todos los habitantes digitales, de buena voluntad, conocen y respetan?