La concepción del futuro revela nuestra limitación: la extinción del planeta o su plena robotización

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

El futuro parece anunciarse sólo de dos maneras y en ambas la humanidad no se destaca. O acabamos agotando todos los recursos del planeta y dejamos como huella de nuestra existencia un extenso basurero inhabitable, o accedemos al dominio permanente y conclusivo de la inteligencia artificial.

El fin de los grandes relatos, tan mentado por Lyotard, parece viable: sin una idea que aglutine individualidades, acabamos quedándonos en soledad. Entonces, no es extraño que apenas nos alcance para imaginar la extinción de la especie (y con ella, todas las demás) y también la opción alternativa: seguimos con vida pero ajustados a  una tecnología que ya no dominaremos.

Pierre Nora, historiador francés contemporáneo, define esta particular relación del siguiente modo:

“Entre la opresiva imprevisibilidad de un futuro infinitamente abierto y sin embargo sin porvenir, y la abrumadora multiplicidad de un pasado devuelto a su opacidad, el presente se ha convertido en la categoría de nuestra comprensión de nosotros mismos”. De forma simple y directa el autor nos advierte que nos cuesta mucho pensarnos sin el aquí y el ahora. Y tal limitación no puede sino ser un acuciante síntoma de falta rotunda de imaginación. No se trata de evaluar particularidades, ya que seguro hay individuos que se esfuerzan por ejercerla. La cuestión es general, sociológica. Al respecto, el antropólogo  indio  Arjun Appadurai sostiene la necesidad de concebir la imaginación como una práctica colectiva, ya que posee un rol clave para la construcción de identidad local. Es decir, en cada región opera con una lógica diferente, sin que ello suponga que la actividad intelectual-emocional sea diferente. Se sueñan horizontes distintos, pero se sueña. Se soñaba, podríamos sugerir. O mejor dicho, a pesar de los grandes marcos  narrativos que contenían las expectativas de las generaciones pasadas, había un margen – una grieta, una fantasía – para invocar al delirio, a los futuros distópicos, a una sinrazón que podía sustentarse en la poesía, en el teatro del absurdo, en los grafitis, en las historietas. El presente que nos agolpa en una cerrazón conceptual que simula ser permeable a la otredad, que abre conexiones novedades, que promete inclusión, nos ha quitado la posibilidad de pensar fuera de ella. La comodidad del algoritmo nos ha envanecido y suponemos que la elección surgida de la técnica es la mejor elección. Cuando renunciamos a elegir, también resignamos nuestro aporte a un futuro que no sea la esperable correspondencia de un presente, pero envejecido.

El ensayista francés, Marc Augé, propone el siguiente interrogante: “¿cómo hacer que ingresen nuevamente en nuestra historia finalidades que nos liberen de la tiranía del presente?”

¿Estamos tan satisfechos que no nos damos a la tarea de inventar más continuidades? Nos estamos pareciendo a los sistemas operativos: las actualizaciones apenas traen nuevas funciones que no alteran los aspectos centrales de su funcionamiento.  Las individualidades puede construir mercados globales, pero un sueño no puede ser colectivo si sólo se piensa para sí mismo. Por eso el futuro que somos capaces de postular carece de originalidad.