Del lápiz rojo a la motosierra: la violencia política en democracia

Profesor Por Dr. Luis Sujatovich*

La motosierra se ha convertido en un signo político, es un ícono en desarrollo hacia un nuevo sentido, sin que el anterior tenga, necesariamente, que desaparecer. Por el contrario, ambos parecen ayudarse porque tienen un referente en común: la violencia y el gusto por producir terror en el otro, que deviene en adversario y por lo tanto en víctima.

Para quienes no se dedican a tareas rurales, es una herramienta que sólo se conoce a través de las películas de terror, fundamentalmente de la década del ’80. La extrema crueldad, sin otro sentido que el desequilibrio mental de un sujeto, impulsaba la historia. Ver una motosierra en los afiches significaba sangre y muerte, en todos los contextos y situaciones posibles.

El interrogante que queda pendiente es cómo ha sido posible que un objeto destinado a actividades que están cargadas de violencia, sea para truncar un árbol o una persona en una escena, se haya podido convertir en un distintivo político en democracia. La alusión a la eliminación brutal de aquello que se considera inútil (o peligroso) es insoslayable. En la red circulan mensajes que, a modo de amenaza, indican que pronto se pondrá en funcionamiento y que los futuros damnificados deberían preocuparse. Está claro que nadie imagina que estará del lado opuesto del que la usa: suponer que le va a tocar a otro y que de ninguna manera me va a afectar es olvidar, con pena, que vivimos en una sociedad.

La fascinación por el cierre de Ministerios es una demostración, reiterada, de que no confiamos en la democracia. O la resumimos al simple acto del sufragio. La búsqueda de salvadores individuales nos deja expuestos: el colectivo lo reservamos para las fechas patrias y para celebrar mundiales, luego, cada quien vela por lo suyo. Si los lazos sociales estuvieran fortalecidos, nadie podría seguir a un hombre cuya promesa se resume a cortar, dividir y dejar librado al azar el destino individual. Considerar que el Estado se reemplaza por el mercado sin mancillar la suerte de las mayorías, equivale a suponer que, si somos simpáticos con el asesino, nos va a dejar indemnes.

 Y no es la primera vez que sucede. En 1989 Eduardo Angeloz fue candidato a presidente por la Unión Cívica Radical y su frase más famosa fue “usar el lápiz rojo” para recortar gastos del Estado y generar las condiciones para que las privatizaciones pudieran realizarse. Tarea a la que Carlos Menen, electo presidente, le dedicó una parte muy importante de su gestión y que nos deparó las amargas jornadas de diciembre de 2001. Parece que todavía no hemos aprendido que “achicar el Estado no es agradar la nación”.

Hemos pasado del lápiz rojo a la motosierra. La idea persiste, pero cada vez se atreve a ser más explícita. Una parte del electorado abriga la esperanza de que una gestión virulenta nos ayude a mejorar. Suponen que un dolor de mano se resuelve con la amputación.

*Investigador – Profesor Universitario – UDE – Universidad Siglo 21 –

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