La comunicación digital necesita renovar su repertorio conceptual

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

¿Alguien recuerda una conversación acerca de los medios de comunicación que no recurra al concepto de la industria cultural y su poder alienante? El apogeo de los medios de difusión durante el siglo XX generó un debate acerca de su influencia y no fueron pocos los que adoptaron la perspectiva crítica pergeñada por Theodor Adorno y Max Horkheimer.  Sin detenernos en las consideraciones que podrían elucubrarse acerca de la importancia otorgada a una interpretación que invisibilidad al sujeto y lo confunde con una masa uniforme, dominable y denigrada. Se vuelve necesario advertir que su valor estaba dado por un esquema de medios que dividía a emisores y receptores con sencillez, a la vez que asumía una connivencia entre los sectores económicos dominantes, los gobiernos y los dueños de medios. Por eso era necesario que los esclarecidos se dieran a la tarea de ilustrar a los demás, a los incautos, a los que nos saciábamos con la radio y la televisión. La alusión de la alegoría de la caverna de Platón (acaso una alegoría en sí misma) también forma parte de este entramado pseudo científico, en la red abundan las publicaciones que denuncian esa situación. Sería interesante mencionar, sólo como una apostilla, que la mera posibilidad de publicarlo supone que esa ingeniería de la conducta falla, dado que la permite. Excepto que se considere que lo hace porque será inocuo. En ambos casos, resulta ociosa.

A pesar de que estas consideraciones parecen pretéritas, mantienen su vigencia por un emergente: el prosumidor. Su accionar en las plataformas exige una renovación teórica que por ahora no aparece. Si antes la culpa era de los medios concentrados, ¿a quién se debe responsabilizar por los contenidos elegidos, producidos y compartidos por los habitantes de la red? Extremando los argumentos, quizás valdría asegurar que la larga imposición de géneros, temáticas y formas de consumo instauradas por la difusión constante de los medios tradicionales, la sociedad no encontraría otra forma de expresión ni otros tópicos sobre los cuales detenerse. Aceptando esa formulación, me surge la inquietud por las nuevas generaciones. ¿Quiénes han nacido en el contexto digital, también son víctimas de las viejas prácticas de recepción? Para dar cuenta de las complejas dimensiones que se articulan entre sujetos, empresas, nuevas formas discursivas y emergentes culturales parece insuficiente recurrir a una trama de sentido que ha perdido su (escasa) fuerza explicativa. Para decirlo en términos elocuentes: las publicaciones más vistas en Internet y las creaciones que los usuarios seleccionan no responden a la voluntad omnipotente de los empresarios. ¿O acaso debemos suponer que los estados de WhatsApp responden a los designios de quienes nos dominan? El nuevo ecosistema de medios requiere una profundización en el análisis de los vínculos e interacciones que se generan entre sujetos, comunidades y contenidos.

De lo contrario, seguiremos equivocando el diagnóstico. Y seguiremos conjeturando con Adorno, Horkheimer y Platón, sin saber qué está sucediendo. No hace falta un compromiso intelectual prefabricado, es indispensable que suspendamos las certezas y asumamos nuestra ignorancia.   Sólo así podremos colaborar en algo.