
Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –
Los booktubers son críticos literarios que han proliferado en la plataforma Youtube, en unos pocos minutos son capaces de resumir una novela y dar su opinión. Como suele suceder en la red, la elección de los títulos reseñados no responde más que a su antojo y no hay una distinción entre obras clásicas y las que pronto pasarán al olvido. La empatía que generan se basa – al menos – en dos cualidades muy valoradas en la cultura digital: en su mayoría son jóvenes (o se comportan como tales) y presumen su desconocimiento de las reglas académicas para analizar un texto literario. De alguna forma, pretenden que su carisma se transforme en el motivo de su exposición. Podrían hablar de cualquier tema y no habría muchos cambios. Quizás lo impulse más que el amor por la difusión de la literatura, la necesidad de hallar un nicho de mercado que aún no ha sido explotado en su totalidad.
No faltará quienes celebren estas iniciativas alegando que es mejor que pasen tiempo frente a contenidos de esta clase que ante los que se dedican a la violencia, a las groserías y a la inmoralidad. Es cierto, pero no es suficiente. Y tampoco se supone que la literatura sea sólo de un círculo específico, elitista y conservador. ¿Quién podría hacer semejante reclamo? Por el contrario, acaso el intento por aproximarlo a las nuevas generaciones conforme todo su mérito. Sin embargo, hay dos aspectos a considerar acerca de las limitaciones que el género discursivo audiovisual le impone a la divulgación de la literatura: la distancia existente entre la oralidad y el texto. La práctica de la lectura (en cualquier soporte) tiene sus particularidades que, ni siquiera los audiolibros pueden reproducir. Me refiero a que leer es una actividad específica que no puede reemplazarse por la escucha, aún si se trata de un fragmento de una broma. Mucho menos si la exposición es coloquial, dinámica y sin pretensiones de exhaustividad.
La otra cuestión se podría definir del siguiente modo: se confunde la literatura con la historia que se relata. Es decir, acaban confundiendo las acciones que desarrollan los personajes con la densidad narrativa que puede lograr un gran escritor. De este modo, “La Metamorfosis” de Kafka se resume a la trasformación de una persona en cucaracha. Y “Martín Fierro” de Hernández relata las peripecias de un gaucho en la frontera. Es sencillo advertir que los acontecimientos son motivos y escenarios que permiten el desarrollo lingüístico, pasional, ético, en síntesis artístico que le brinda sentido y sustento a la obra. Si consideramos que basta con saber la historia que cuenta un libro para aprovechar la literatura, nos estaremos quedando sin ella. Y lo que es aún peor, consideraremos lo contrario. ¿Hace falta afirmar que a la literatura sólo se la puede apreciar, en toda su dimensión, haciendo el viejo pero fascinante ejercicio de la lectura? Disculpen mi efusividad, pero prefiero un lector anónimo que un a un sonriente booktuber en busca de notoriedad.