¿Hemos aprendido algo del consumo?

Profesor Dr. Luis Sujatovich – Universidad Siglo 21 – UDE –

El consumo es una de las prácticas sociales más despreciadas por la teoría. Casi todas, de formas disímiles por supuesto, se encargan de señalar que su ejercicio supone la claudicación de las capacidades intelectuales y la convalidación del sistema capitalista. El orden económico mundial se sustenta, con sus miserias e injusticias, gracias a su repetida ejecución.  Todos somos culpables, aunque habría que considerar que quienes lo denuncian tienen menos responsabilidad, o al menos eso suponen.

La interpretación económica parece asfixiar cualquier otro modo de abordaje y entonces el consumismo ocupa su lugar. Y con él, ingresan todos los verbos que nadie se atreve a querer en público: comprar, usar, poseer y ostentar. El consumo la inflige  a la ideología (incluso a la moral de un sujeto),  el mismo daño que la prostitución al amor. La cerrazón conceptual es tan exhaustiva que ni siquiera la cultura y el arte están a salvo. Los vínculos tampoco tienen mejor perspectiva.

En consecuencia, aún en el peor de los escenarios conceptuales, el consumo es inevitable.

Por lo tanto, cabría preguntarse si posee alguna cualidad digna de mencionar. ¿Hemos aprendido algo consumiendo? Si alguna vez han podido escuchar a un coleccionista de estampillas o a un experto en telas, ¿es posible concluir que su conocimiento se agota en la mera acumulación de mercancías? ¿Todo su afán cabe en la búsqueda de la distinción? O tal vez, como afirma García Canclini, el consumo sirve para pensar. Las miradas totalizantes tienen una virtud y un defecto: resultan satisfactorias para darse una explicación de un conjunto amplio de variables, por ejemplo el estructuralismo en las ciencias sociales. Sin embargo, cuando tienen que detenerse en algunas particularidades, aunque se trate de una muy importante, omiten los detalles. Y, en esa imperfección se cifra su destino: invisibilizan aquello que deberían examinar. Y entonces comprar un chocolate, mirar una película o concurrir a un museo se consideran similares. La alienación viene a cubrir los espacios que abre la necesidad de problematizar la experiencia, como no es lo mismo un helado que un libro, se soluciona la diferencia apelando a la incapacidad del sujeto para vivenciar su dominación. Y asunto resuelto.

¿La relación con los medios de comunicación no tiene ninguna ventaja para nosotros? ¿Cuál sería el modo adecuado de alimentarnos, vestirnos, trabajar y gozar de espacios de esparcimiento sin que nos ensuciemos con algún derivado del consumo? ¿A cuál período de la historia deberíamos remontarnos para hallarnos en las condiciones deseadas? O es que nunca existió y seguimos esperando la edad dorada del no-consumo y de la emancipación total del sujeto, con el pleno aprovechamiento de los recursos materiales y simbólicos por parte de toda la población.  El consumo está imbricado en la ciudadanía, de igual forma que el mercado influye en un Estado nación. Hace falta, por lo tanto, salir de la denuncia y arriesgarse a interpretar las dimensiones subjetivas que están involucradas. Y para eso, ninguna respuesta absoluta, cerrada e inmóvil resulta apropiada.