Dr. Luis Sujatovich – UDE – Universidad Siglo 21 –
Una vaca debe esperar 15 meses para quedar preñada y su cría sólo podrá ser comerciable, al menos, un año después. Y según las últimas cotizaciones el valor promedio es de $180.000. Una computadora puede ser construida en 36 horas y su precio oscila entre los 360.000 y los 500.000 pesos, si nos atenemos a buscar un equipo de rango medio a bajo. Los más costosos superan el millón de pesos. Frente a esta disparidad que, aún propuesto en términos muy someros y simplistas, es abrumadora, nos cuesta asumir como sociedad que el futuro no puede asemejarse al pasado: las condiciones del intercambio comercial nos oprimen, aunque la Sociedad Rural y “el campo” continúen creyendo que allí está nuestra salvación.
¿Hace falta hacer la cuenta de cuántas computadoras se ponen en venta mientras esperamos que los terneros crezcan? La discusión parece planteada de un modo rotundo y voraz: por un lado, tenemos los plazos de la naturaleza y por el otro, los de los algoritmos, ¿alguien puede suponer que saldremos ilesos esta vez? No se pudo frente al ferrocarril, ni a los autos, ni a las maquinarias industriales y ¿realmente consideramos que en este contexto será distinto? Las balanzas de pago, excepto coyunturas muy específicas como la Segunda Guerra Mundial, ha arrojado saldos negativos que se han traducido en pérdida de poder de compra, desocupación y pauperización social.
Nuestra herencia más grave y persistente es que seguimos discutiendo las mismas problemáticas que cuando éramos Colonia. Basta leer el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio publicado entre 1802 y 1807 a instancias de Manuel Belgrano y bajo la dirección de Hipólito Vieytes. Allí se enfatizaba la importancia de la exportación de materias primas, pero con algún agregado que les aumente el valor. Además, se insistía en un crecimiento de la economía en base a tres núcleos: agricultura, industria y comercio. Y, sin embargo, más de doscientos años después, seguimos sosteniendo (mayoritariamente) que accederemos a la riqueza gracias a aquellas actividades y relaciones productivas que nos ha traído hasta esta situación.
El gran problema que nos acucia es que, como nunca antes, las perspectivas son desalentadoras: cada vez estamos más alejados de la posibilidad de construir un modelo de país que nos saque de la postración que nos conmina a esperar las lluvias, el aumento de los granos en las bolsas de comercio y algún conflicto internacional que nos permita obtener mejores condiciones, al menos por un rato. Y no alcanzará, para el siglo XXI, con tender hacia una tecnificación de la tarea rural, o de suponer que con algunas aplicaciones estaremos en condiciones de producir más y mejor. El desafío (urgente) exige un esfuerzo que supere la insuficiente amplitud intelectual que ha caracterizado a nuestros empresarios (¿o acaso sería mejor denominarlos estancieros?) y a gran parte de nuestros gobernantes: debemos salir del campo e ingresar en la red. No sólo es una necesidad cultural, es una emergencia económica nacional.
Fotografía: https://pixabay.com/