Por Dr. Luis Sujatovich* –
El modo de inscripción de los sectores populares en la red ha suscitado furiosas recriminaciones, dado que su comportamiento, sostienen, es impropio de su condición, ya que quieren dar su parecer, mostrarse y tener relevancia, aunque en pocas ocasiones merezcan la atención que demandan. De alguna forma, en ese lamento se esconde una distinción de clase que no está siendo respetada: cualquier puede publicar en la red.
Y aunque parezca una obviedad que las plataformas favorecen la inclusión de quienes tienen el deseo (y la conectividad) para hacerlo, constituye una interrupción sustancial en la división de roles y competencias que el sistema mediático había estructurado durante el siglo XX. Unos pocos se muestran para que el resto se conforme en mirarlos. El pacto tácito inscripto en la relación de clases: pueden admirar el lujo y las excentricidades del selecto grupo de notables, pero sin invadir ni pretender emularnos.
Este vínculo que articula la curiosidad del pueblo con la arrogancia de quien no necesita a nadie, pero que igual precisa testigos que acrediten el abismo social, económico y cultural que existe entre ambos, ya ha sido abordado en numerosas publicaciones. Y no sólo haciendo referencia a los sectores populares. Por ejemplo, Sebreli en Buenos Aires, vida cotidiana y alienación (1964), sostiene que “desde 1898 Caras y Caretas, y sobre todo El Hogar desde su aparición en 1903, constituyeron el vehículo que permitió la participación afectiva, el complejo proyección- identificación de la clase media con la oligarquía, gracias al cual aquélla lograba evadirse de su desagradable realidad cotidiana, de la mediocre pobreza de su ambiente”. Resulta significativo que sus afirmaciones no difieran de la sutilizadas para sancionar esas mismas acciones en la clase baja. Hubo un tiempo en que la ciudadanía parecía estar más esclarecida respecto al orden económico y a la distribución de la riqueza (material y simbólica).
Las reiteradas críticas acerca del desempeño de los sectores populares en la red, fundamentalmente cuando no se resumen a seguir y dar “me gusta”, genera incomodidad, ya sea por la ropa que usan, porque el ambiente no es agradable o porque editan sus imágenes para simular viajes, entre otros usos que se sancionan tanto como se replican. El primer abordaje, sintetizado por Sebreli, es válido, es muy probable que los sujetos se acerquen a los perfiles, ya que las casas ya son inalcanzables desde que se inventaron los barrios privados, para imaginar una vida diferente y para suspender (aunque sea momentáneamente) sus carencias. Cabría preguntarse si el arte no ofrece. Entre sus virtudes, una función semejante, ¿no es cierto?
Sin embargo, también se podría indicar que esa estrategia responde a un modo (acaso aleatorio o espontáneo) de indicar mediante la multitudinaria aparición cerca de las celebridades, que existimos, y que sin nosotros nada de lo que tienen les pertenecería.
Si aceptamos esa premisa, es decir, si consideramos que ese sentido podría impulsar a algunos sujetos, surgiría la oportunidad de persistir en ese ejercicio, para advertir que es trasladable de la cultura y la sociedad, al orden democrático.
*Investigador – Profesor Universitario – UDE – Universidad Siglo 21 –
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