Suecia

Por Alejandro Sánchez Moreno* –

La ensalada rusa se juega así: en silencio, alguien recita el abecedario, otro dice, cuando quiere, ¡basta! El que recita dice la letra a la que llego. Antes, el grupo que va a jugar, se puso de acuerdo sobre los temas. En general, aunque a veces hay variaciones, las categorías son: animales, países, comidas, colores, flores, cosas, nombres. La ronda termina, cuando alguien completa todos los casilleros. Termine o listo, es generalmente lo que dicen. Los demás, no pueden escribir más, después del aviso. Antes, también, hay que ponerse de acuerdo en cómo contar los puntos. Si alguien eligió, por ejemplo, color azul, y otro lo repitió, la puntuación es más baja. Si el color lo eligió uno solo, la puntuación aumenta. El juego termina, cuando todos se cansaron de jugar. También se llama tutti frutti. La estrategia para ganar: pensar rápido, escribir claro para evitar confusiones que traigan discusión, ser original para tener más puntos.

Pongo la alarma del celular: va a sonar a los diez segundos. Cierro los ojos y empiezo, a, b, c, d, e…… Suena la campanilla: letra s. País: Suecia.

Mi papá consiguió entradas para ver un partido del Mundial 78, Austria/Suecia, en la cancha de Vélez. Supongo que consiguió lo que pudo. La cancha estaba llena, Austria, camiseta blanca, Suecia, camiseta amarilla. Me acuerdo de un rubio de Suecia, el diez, pelo largo, barba. Podría haber sido un actor de Vikingos.

En el mundial, unos peruanos estaban haciendo arreglos en mi casa. Estaban entusiasmados con su selección. Estuvieron varios días. Me regalaron un gorro piluso, rojo, que decía arriba Perú. Lo llevé, puesto, a la escuela. El maestro me dijo algo en el pasillo. Imagino, que fue antes del seis a cero de Argentina.

Omar estuvo escondido los primeros años de la dictadura. Cambió de domicilio, de nombre también, no salía a hacer mandados y no hablaba con los vecinos. Pero le gustaba el futbol. Fue a ver un partido del mundial, eligió un equipo que no fuera Argentina. Pensó: va a haber menos controles, menos policías, menos vigilancia. Salió de la casa cinco horas antes. Camino dos cuadras hasta la parada del micro. Cada dos o tres pasos, no lo podía evitar, miraba para atrás. Lo primero que hizo cuando salió, fue mirar el sol, tomar aire, absorber el día, como los presos cuando salen de la cárcel. En el micro, se sentó en la fila de atrás, el primer tramo estaba casi vacío. A medida que se iba acercando al centro, se empezó a llenar. De atrás, al creer que podía controlar quién subía, quién bajaba, estaba tranquilo. Bajo a dos cuadras del Estadio, en un kiosco, compro pastillas D.R.F de naranja. El kiosquero tuvo que preguntar tres veces que quería. La voz de Omar casi no salía. Pasó los controles, eran tres, subió despacio por la tribuna, mientras miraba la cancha, verde, iluminada, brillante. Se sentó en el medio, todavía había poca gente. Al rato, ya estaba casi lleno. Minutos antes del partido, lleno total. Ya parado, salieron los equipos. Entre los argentinos, hinchas extranjeros. Mitad del segundo tiempo, un hombre viene del costado abriéndose paso. Omar lo reconoce, el hombre también a él. Se miran, no se hablan, se siguen mirando, sus ojos se encuentran, se sostienen la mirada. El hombre termina de pasar. Omar vuelve a la casa, antes saborea la calle, la multitud, los cantos, la alegría. De parado, come dos porciones de pizzas. Años después, un amigo que volvió del exilio, le cuenta que cuando el avión se acercaba a Ezeiza tenía un solo pensamiento: un sándwich de jamón crudo.

Ingrid Bergman e Ingmar Bergman son suecos o fueron suecos. A los suecos les molesta un poco que la primera asociación con su país sea Ingmar Bergman. Capaz que no les molesta tanto si asocian con Ingrid Bergman. Capaz que hubieran querido tener un Maradona.

Ingmar Bergman vivió los últimos veinte años de su vida en una isla, Faro. Aunque hay un faro, Faro es una palabra sueca, que quiere decir peligro. En esos veinte años, casi no salió de la Isla. Ahí filmo algunas películas: Gritos y susurros, Persona, Detrás de un vidrio oscuro, Escenas de un matrimonio. A los argentinos les gustó mucho Bergman. Ahora no sé si les gusta. En la década del 50, se estrenó primero en Uruguay, y luego en Argentina, Juventud divino tesoro. Fue un éxito total. Bergman era, en ese momento, un desconocido, incluso en su país. Los argentinos se atribuyen haberlo hecho famoso, aunque los uruguayos, disputan el descubrimiento. Entonces, Bergman, entra en la eterna disputa que tenemos con Uruguay: el dulce de leche, Carlos Gardel.

Nunca voy a perdonar a Navarro Montoya, cuando jugo en Tacuarembó, en la conferencia de prensa de presentación, dijo que Gardel era uruguayo.

Ingmar Bergman tuvo nueve hijos, con seis mujeres. Con ningún hijo tuvo relación cuando eran chicos, y de grandes, más o menos. Algunos dicen, que para hacer tantas películas, algunas obras maestras, dirigir teatro, escribir, no puede haber tiempo para la familia. Para las mujeres parece que tenía tiempo. Unos amigos míos se divorciaron, sin saberlo, al mismo tiempo. Para pasar los primeros días, los más difíciles, hicieron un plan juntos: se instalaron en la misma casa a mirar películas. Eran las primeras épocas de los videos. La promoción era: videocasetera y diez películas, una semana. Llevaron todas de Bergman. Los títulos eran tenebrosos: La hora del lobo, El silencio, Luz de invierno, Vergüenza, Pasión.

En la isla todo está como lo dejo Bergman. Antes de morir, sabía que le quedaba poco, eligió el lugar en el cementerio, la ropa. Una fundación se encarga de la administración. En una sala de cine se hace la semana Bergman: proyección de películas en fílmico, a la carta. Los asientos de adelante no se pueden ocupar, es el lugar de Bergman. Una locación se alquila para los turistas, están las camas de Escenas de un matrimonio. La matrimonial, para cuando se llevan bien, las separadas, para cuando empiezan los problemas. Un micro te lleva por el Bergman safari. La isla es hermosa, inquietante. No estoy seguro que Bergman quisiera vivir ahora.

Cuando éramos adolescentes, usábamos muchos juegos de mesa. El estanciero, el TEG, el Ludo matic, Domino, Scrabel. Uno de los que más me gustaban era el juego de la vida. Una carrera hacia el éxito. El recorrido se hacía con un auto. Los primeros casilleros definían tu profesión y el salario. Los profesionales ganaban más que los obreros. Y si ibas más rápido, te ibas haciendo dueño de las cosas, por ejemplo un puente, y podías cobrar peaje. Para ganar había que ser bastante hijo de puta. El juego lo tenía en la casa de mi abuela. En el patio pasábamos horas, mi abuela traía galletitas, gaseosas, a la hora de la merienda, leche. Cuidaba que no gritáramos mucho, si era la hora de la siesta y que no dijéramos malas palabras. En los campings, a veces, en los quinchos comunitarios, hay juegos de mesa. A la noche, hay chicos jugando, cuando llueve también. Una mañana, en la oficina, ya con veinte pico, me acordé del juego de la vida. Me dieron ganas de jugar. Invite a un compañero y nos fuimos a lo de mi abuela. Lo busqué en el mueble de afuera, en el de adentro, en la pieza, nada. Mi abuela, en silencio, había sus cosas. Después de un rato, pregunte si sabía dónde estaba. La otra tarde paso un chico pidiendo, se lo regalé, con otras cosas.

En Suecia el agua del mar es helada. Mejor dicho, heladísima. En Noruega, Islandia, Dinamarca, pasa lo mismo. Ellos se bañan igual, de noche, de día, a la madrugada. Se tiran, se quedan varios minutos, nadan, corren, vuelven a entrar.

Un verano fuimos con los chicos de la Universidad a Esquel. De ahí al Parque nacional Arrayanes. En un río verde, acampamos. Llevábamos varios días sin bañarnos. Una tarde que no había nadie, aprovechamos. No pudimos estar más de cinco minutos en el agua. El frío dolía.

En los setenta apareció Abba, una banda musical de suecos, dos mujeres y dos varones, rubios y castaño claro, ropa como de un serial de Flash Gordon. En Argentina, como Bergman, gustaron mucho. Era la época de Village people, un grupo de Estados Unidos: un indio, un obrero, un policía, un soldado, un vaquero, un motoquero. En la fiesta de graduación de la primaria, las chicas de mi grado, bailaron un tema de ellos. Abba había ganado el Euro Visión, un festival de música nórdica que se hace todos los años. Acá gusto mucho Chiquitita, la cantaban en español.

Ingrid Bergman murió el día de su cumpleaños, el 29 de agosto de 1982, a los sesenta y siete años. En la tumba de Ingmar Bergman, dice arriba, Ingrid Bergman, algunos se confunden, creen que es la actriz. Era la esposa de Bergman, Ingrid Von Rosen. Parece que el marido no le dejaba usar el apellido de soltera.

Hollywood se fue a Europa a buscar talentos. Fue una de las maneras en que llegaron artistas a Estados Unidos. La otra manera: huyendo de los nazis. Fox, el presidente de un estudio, trajo a Murnau, un cineasta alemán, el que filmo Nosferatu. Cuando el alemán filmaba, invitaba a los directores del estudio, vengan a ver cómo trabaja el maestro.

Ingrid Bergman se convirtió rápido en una estrella. Un guionista dijo que su belleza era una fuerza de la naturaleza. Lo mismo escuché que dijo alguien de Messi. En 1942, sacrifico el amor en Casablanca. En el 43, vio morir a Gary Cooper, en la lucha de los republicanos contra los franquistas. En el 44, evito que la haga pasar por loca un oportunista. Mientras tanto, terminada la segunda guerra, un director italiano estrenaba: Roma, ciudad abierta y poco después Paisa. Ingrid Bergman vio las películas y se propuso trabajar con Rossellini. Envió una carta: “Querido señor Rossellini: he visto sus dos filmes, Roma, ciudad abierta y Paisà, que me han gustado mucho. Si necesita una actriz sueca, que habla el inglés perfectamente, que no ha olvidado el alemán, a quien apenas se entiende en francés y que del italiano solo sabe decir “Ti amo”, estoy dispuesta a acudir para hacer una película con usted”.

Enseguida recibió una invitación del italiano, que la fue a esperar al aeropuerto. Se enamoraron, los dos estaban casados. Escándalo. Hollywood le hizo la cruz. Ingrid Bergman queda embarazada, están filmando Stromboli. El personaje que interpreta está angustiada, aburrida, no sabe qué hacer con su vida. En la isla, el volcán, está por entrar en erupción. Muchos dicen que Bergman no actúa. Antes, en Estados Unidos, con Hitchcock, con Cary Grant, filmo el beso más sensual de la historia del cine.

Unos jóvenes italianos, inmigrantes, fundaron un club, en el sur de la ciudad, en el puerto, en la ribera. La primera reunión la hicieron en una casa, eran seis. Como las interrupciones eran muchas, la segunda reunión fue en un banco, en la plaza Solís. El nombre del club, Boca, igual que el barrio. Como la zona tenía mala fama, para darse corte, agregaron Juniors. El primer partido jugaron contra Mariano Moreno, ganaron 4 a 0. Mientras se jugaba, en unos tachos grandes, que usaban de hornos, hacían pizza. Era redonda y bastante más grande que la que hacen ahora. Después de la fundación, los muchachos se fueron a sacar una foto. En un estudio, posaron ocho. Trajes, corbatas, moños, raya al medio, sombreros en la mano. De fondo, unos hierros, que parecen parte del puente del riachuelo. Los primeros partidos jugaron con una camiseta celeste. No les gustaba, muchos equipos la usaban. Una noche de milongas, caminaban por el puerto. Se pusieron de acuerdo: “el barco que entre, elegimos los colores para Boca”. Se escucha una sirena, un barco se acerca a la dársena. Hay niebla, la bandera tarda en aparecer, los ojos se acostumbran, como cuando apagamos la luz. Es un barco sueco.

https://medium.com/@alesanchezmorenolh/suecia-a3e778c8be4b

*Colaboración para En Provincia.

Fotografía: Archivo web.