
Dr. Luis Sujatovich* –
Una de las críticas más frecuentes que se realiza acerca de la utilización frecuente del celular, está relacionada con la pérdida de tiempo que produce. También hay algunos estudios que se interesan por la memoria y la atención, pero no son tan numerosos. De alguna forma, tal y como desarrollan sus argumentaciones, el tiempo que nos ocupa su uso constituye un desperdicio cotidiano, multitudinario y próximo a convertirse una patología.
Es cierto que hay excesos que se deben evitar, pero no sólo atañen al uso de la tecnología y, además, también sabemos que esas conductas preceden a cualquier invención digital. En consecuencia, y ante tanta preocupación, cabría preguntarse por qué se diagnostica como procrastinación a cualquier pausa, ¿cómo es posible que las jornadas de catorce horas no generen indignación y sin embargo el ocio prolongado se considere casi una enfermedad?
Tal vez sea el modo que encuentran para contrariar a quienes anhelan aprovechar su tiempo para dedicarlo al entretenimiento, al descanso, al cese absoluto de la productividad.
¿Estamos realmente convencidos que perdemos más el tiempo ahora que hace unas décadas? No parece sencillo demostrarlo, no sólo porque no hay estudios específicos, sino también porque basta recordar las infancias, adolescencias y juventudes del siglo XX en Argentina, para sospechar que, quizás, la situación es al revés: el aumento proviene del sistema económico contemporáneo para que cada persona no disminuya su productividad.
La tecnología digital permite una expansión, acaso ilimitada, de nuestras horas laborales, por eso es tan evidente el lamento que suscita que optemos por descansar. Si consideramos la potencialidad de nuestro tiempo sólo en relación a cuánta riqueza podríamos generar (por supuesto, para otros), cada minuto de ocio es un dólar menos. La ecuación, desde la perspectiva presentada, guarda coherencia: no es que dispongamos de más esparcimiento que nuestros abuelos, sino que cada vez resulta más oneroso solventarlo.
También podría argumentarse que pasar horas en las plataformas produce dinero, pero es a título de consumo, no de producción. No sólo no generamos la ganancia esperada, sino que además desperdiciamos nuestro dinero en aquello que no siempre puede estipularse en términos financieros. Una larga conversación en un grupo de WhatsApp no genera tantas ganancias, tampoco jugar un videojuego o ver series suponen siempre un rédito constante, a diferencia de nuestro trabajo.
Cada vez que elegimos una acción que no deviene en un acto económico concreto, mensurable y que reporte una ganancia, no estamos perdiendo nuestro tiempo, es que alguien está resignando un ingreso.
Quizás no sea procrastinación, sino lucro cesante.
Profesor Universitario – UDE – Universidad Siglo 21 –
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