Como arruinarle la vida a una persona con un tweet: los riesgos de las denuncias apresuradas

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

El acontecimiento apenas si llegó a convertirse en una noticia de tercer o cuarto orden, esas que pueden publicarse algunos días después de ocurrido sin que nadie se preocupe por la demora. Sin embargo, el asunto no es tan menor como parece. Un trabajador en Estados Unidos estaba conduciendo una camioneta de la empresa y cuando se detuvo ante un semáforo tuvo un instante fatal: dejó caer el brazo izquierdo desde la ventanilla y jugando con sus dedos – acaso por la impaciencia – hizo un gesto racista. Una foto en Twitter hizo el resto. En poco tiempo logró miles de comentarios y publicaciones en total repudio. El empleador, una distribuidora de luz y gas, no dudó en suspenderlo y poco tiempo después, ante la presión social, lo expulsaron.

Una lectura apresurada podría convencernos del enorme poder ciudadano que nos brinda la red, y de cómo podemos imaginar un futuro con mayores posibilidades de sancionar a quienes lo merecen y de evitar que la impunidad favorezca a quienes ostentan el poder simbólico y material desde hace tanto tiempo. Como era de esperar, no pocos adhirieron desde sus muros bien pensantes (¿existen algunos que no se den a la tarea de simularlo?) para propagar el ejemplo. Algo así como una advertencia solapada. ¿Será que hemos internalizado el panóptico sin darnos cuenta? ¿O nos gusta?

El lado b de esta historia es que el señor, ahora desempleado y con serias dificultades para que ser contratado nuevamente, no estaba haciendo ninguna alusión racista con sus dedos. Fue apenas una captura que construyó un mensaje que sólo había existido en la subjetividad de quien lo miro. Un mal entendido que se repitió millones de veces hasta que dejó se convirtió en una verdad incontrastable. ¿Qué duda podía caber si la imagen está disponible? ¿O acaso una imagen no vale más que mil palabras?  La evidencia clausuró las interpretaciones. Ese hombre era racista y debía sancionarse sin dilaciones. Y así fue.

A pesar de las explicaciones reiteradas acerca de su inocencia y de la casual (e insidiosa) foto que le habían tomado, no pudo recuperar su reputación. Ya es racista. Ni los medios, ni la red ni nadie han podido deshacer el agravio. El autor de la publicación original aceptó en una entrevista que quizás exageró con su apreciación. Pero nadie ha podido restituirle el feliz anonimato en el cual desarrollaba su vida ese hombre.

El bullying, el sexting y el grooming forman parte del vocabulario que hemos adoptado cuando nos referimos a los peligros cotidianos de la red, aunque no son los únicos que allí se suscitan.  Habrá que buscar una denominación no tan rioplatense como escrache, para percatarnos de la amenaza que significa.  

“El camino al infierno está lleno de buenas intenciones” dice un refrán francés. Pero parece que puede aplicarse en todo el mundo.