La crisis del medio ambiente no se resuelve con publicaciones en la red

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE-

La responsabilidad del cuidado del medio ambiente no nos implica a todos por igual. Es muy frecuente que en la red nos topemos con mensajes incriminatorios acerca de nuestros hábitos de consumo, volcando sobre cualquier acción cotidiana la feroz culpa por malgastar los recursos del planeta. Lavar el auto, dejar una luz encendida o ducharse por más de diez minutos conforman actos imperdonables. De ninguna manera se alienta el mal uso del agua ni tampoco estamos en condiciones de negar el problema. Sin embargo, la reiteración de los apercibimientos no parece que vaya a solucionar las graves dificultades a las que nos enfrentamos como especie. El modo discursivo que mezcla paternalismo y esclarecimiento superior a la media, (algo así como una versión actualizada de la vanguardia iluminada) es poco probable que convenza a alguien. El mal trato no educa, sólo genera rechazo. Además hay otro aspecto importante a considerar: ¿el impacto del ahorro de energía de un barrio de una pequeña localidad tiene el mismo impacto que una restricción internacional que limite las emisiones de dióxido de carbono a China, India y Estados Unidos? No hace falta esperar la respuesta, nadie puede oponer una duda al respecto. La tendencia a buscar soluciones biográficas a contradicciones sistémicas, como alguna vez propuso ​ el sociólogo alemán Ulrich Beck, impide hallar la forma de discriminar los alcances y limitaciones de los diferentes involucrados.

Hay una omisión en las denuncias que merece destacarse: el consumo de Internet no figura entre las actividades que habría que disminuir para incorporar prácticas más ecológicas.  Ángela Casal, en su artículo “¿Cuánto le cuesta al planeta una reunión en Zoom, una hora de Netflix o una búsqueda en Google?” publicado en el portal de la Universidad Oberta de Catalunya, menciona que “las 47.000 búsquedas de Google cada segundo generan 500 kilogramos de CO2 y el consumo de YouTube de un año, diez millones de toneladas, es similar al de la ciudad escocesa de Glasgow”. Y agrega que “hay decisiones que también influyen en la huella digital, en una videollamada, no activar la cámara para reducir el impacto en un 61 % o escuchar música sin reproducir los vídeos, es decir, utilizar Spotify en vez de YouTube si no nos interesa la imagen. En cuanto a los informes que comparan las distintas redes sociales o plataformas, estos concluyen que TikTok es la que más contaminación genera al basarse exclusivamente en ver vídeos y subirlos”.

La complejidad que evidencian las problemáticas ligadas a la administración de los recursos naturales precisa voceros que no agoten su acción en publicaciones amenazantes, ni que cifren en su repetición todo el poder de su prédica; aún la amenaza del infierno se vuelve trivial si es rutinaria.

Cabría interrogarse si la resolución, aún la más modesta y perecedera, tendrá su origen en la red, si ni siquiera somos conscientes que nuestra permanencia aquí es también una forma de contaminación. Estamos discutiendo sobre la necesidad de prohibir el fuego, con una antorcha encendida en cada mano.