Observaciones acerca del ocaso de nuestro intelecto en la era digital

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

La velocidad procedimental y su repetida eficiencia conforman dos de las ventajas más notables de los dispositivos y las interfaces. Nadie que haya experimentado alguna de sus posibilidades está exento de quedar complacido. La cantidad de tiempo que ya no se pierde en esperar una llamada, una carta o una información es difícil de estipular. Por lo tanto, disponemos de una inédita capacidad de maximizar nuestras actividades. Aquellas tareas que demandaban una hora pueden resolverse en unos instantes, no es difícil colegir que poseemos más posibilidades de desarrollar nuestro potencial creativo, productivo y reflexivo como nunca antes en la historia de la humanidad. Sin embargo, pareciera que estamos  en la dirección opuesta. Nuestra atención se mide en segundos, las emociones no permiten que nuestro raciocinio tenga una oportunidad con frecuencia, la sensibilidad extrema (y en consecuencia, estéril) nos obliga a rechazar algunos temas y a censurar, cada vez, más opiniones. Y también hay que señalar que nuestra productividad está en crisis. Por supuesto no me refiero a las dimensiones económicas y laborales, dado que el trabajo remoto ha puesto otra tensión entre los empresarios y los trabajadores. Me refiero a las actividades que podrían favorecer la expansión de nuestra identidad, cultura y capacidad de apreciación del arte. A veces las comparaciones históricas iluminan más que una gran profecía. Por ejemplo, si indagamos en anteriores pandemias podremos comprobar que Isaac Newton, en 1665, cuando la peste bubónica flagelaba Londres, concibió en su encierro la teoría de la gravedad. William Shakespeare también produjo la obra “El Rey Lear” confinado en la misma ciudad, pero en 1606. El reverso de nuestra tecnofilica  satisfacción nos permite advertir la menesterosidad cultural que estamos atravesando y que nos involucra a todos por igual.

Acaso nuestra capacidad intelectual ha sufrido un proceso inversamente proporcional al crecimiento de la red. Quizás se esté alumbrando, en diferentes puntos del planeta, una nueva subjetividad que será capaz de fundar una inteligencia diferente, tan lejos de nuestra percepción que apenas podamos intuirla. Pero, mientras tanto, es preciso señalar que no estamos asistiendo a un momento esplendoroso de la inteligencia humana. Excepto que confundamos desarrollo industrial de artefactos y aplicaciones, aunque lleguen a tener un alcance cuántico, con nuestra sabiduría. Sería tan obtuso como considerar que una persona aumenta sus competencias   porque uso un celular sofisticado. No sería la primera vez que sucediera ese equívoco: la publicidad existe gracias a la transmisión de valores que existe entre un producto y la satisfacción que provoca.  La tecnología digital constituye, en consecuencia, una síntesis inmejorable: es producto, marketing y deseo en un mismo acto. Una suerte de tríada de Pierce, pero arraigada en el comercio.

Antonio Gramsci, en una de sus citas más reveladoras, escribió hace años que: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.  Ojalá que cuando lleguen las nuevas formas de pensamiento, no sea demasiado tarde.