Nuestros cuerpos de poco se irán asemejando a una interfaz

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

El futuro de la red no está en las computadoras. Quizás ni siquiera los celulares, tal y como los conocemos, continúen gozando de tanta relevancia. El Internet de las cosas conforma un desarrollo que  invita a suponer que una forma diferente de interconexión, más profunda, prolífica y sin dudas, tan estimulante como amenazante. Hasta la ciencia ficción ya se ha encargado de imaginar rebeliones de robots, televisores y heladeras,  reafirmando que no tenemos la imaginación suficiente para crear un orden social-tecnológico que no se encuentra absolutamente atravesado por los valores (y anhelos humanos). Sin embargo, es posible suponer que la expansión digital arribe de forma contundente al cuerpo de cada ser humano. Los ciborg, seres humanos que han recibido implantes digitales para mejorar algunas de sus capacidades, establecen el umbral de posibilidades de fusión. Si bien el término no es nuevo, ya que fue creado por Clynes (científico e inventor austríaco) y Kline (médico psiquiatra y psicólogo  estadounidense) en 1960, constituye una innovación sustancial aunque poco explorada. Hay personas que se han sometido a diferentes implantes, tanto para mejorar su visión, para grabar todo cuanto miran, para sentir  las vibraciones del suelo en cualquier lugar del mundo y otras ayudas similares. Resultaría muy sencillo repudiar su uso o considerarlo snob, sin embargo para quienes padecen una enfermedad, no es una posibilidad despreciable. Sería interesante conocer dónde queda registrado aquello que logran captar con los dispositivos que portan y de qué depende que puedan seguir usándolos. ¿Qué sucedería si la empresa propietaria se negara a reponerlos o decidiera quitarlos? Los Estados, aún no están preparados para esa clase de asuntos, lo cual supone engrosar la brecha digital.

También sería oportuno interrogarse acerca de cuántas prótesis podría recibir una persona sin perder su condición humana. Eso nos lleva a una pregunta muy compleja: ¿qué nos hace humanos? ¿Aceptamos la existencia del alma o nos conformamos con la conciencia? A propósito, ¿los implantes craneales incluirán el inconsciente? Aunque parezca ridículo, no tenemos aún un acuerdo general respecto a cómo estamos conformados y qué nos hace diferentes. La razón, el núcleo semántico de la modernidad ha caído en desgracia y para colmo las computadoras la pueden superar sin esfuerzo. En consecuencia, no podríamos determinar hasta cuándo un individuo se mantiene en la categoría de humano. Quizás sea una preocupación inútil, ya que la red evidencia que nuestro deseo está dirigido hacia la mayor hibridez posible. ¿O acaso los filtros en las imágenes no evidencian la búsqueda de transformarnos, de alejarnos de nuestros defectos, es decir de aquello que nos hace humanos? La vejez, la decrepitud, la enfermedad, las ausencias y la muerte, nos impulsan a transgredir los míseros límites humanos y buscar en las aplicaciones aquello que no sabemos cómo resolver y que cada vez nos cuenta más soportar. Así nuestros cuerpos de poco  se irán asemejando a una interfaz. Quién sabe las angustias que devendrán frente a la belleza impoluta, la satisfacción continua y la acción sin fallas. Cada quien será su propio (y remozado) Frankenstein, ojalá no nos espere el mismo final.