Por Guillermo Cavia –
Algunos acontecimientos que ocurren nos sacan de la realidad que estamos viviendo en determinado momento del día, como si explotara una acción ante nuestros ojos y de la nada, un hecho, nos causa indignación y hasta dolor.
Esos momentos de zozobra siempre se dan en un entorno cultural establecido por el consumo, los medios, la educación y estereotipos determinados. Es independiente si quién se siente lastimado es una persona vegetariana, vegana o carnívora. Podemos estar comiendo la milanesa de un ternero que fue hace apenas un día matado en un establecimiento, incluso deglutiéndola en el mismo instante que la televisión muestra algo que nos impacta con una realidad que escapa de otras verdades, por ejemplo, la imagen de una persona pateando a una perrita. El hecho nos va a revolver las tripas, porque culturalmente es normal que muchas personas puedan comer un animal, pero no que se pueda patear a una perrita y hacerla volar por el aire. Todo es parte de una misma humanidad, que claramente es un monstruo.
Se puede ser carnívoro, vegetariano o vegano. Pero a la hora de tener una mascota, que sin dudas ofrecerán amor verdadero, uno no se pregunta cuál es el motivo que hace tengamos un animal cerca para cuidar, acompañar, es una conexión única de quienes aman esos animales domésticos. Se transforman en parte de la familia y el hecho sin lugar a otras dudas es maravilloso.
La escena grabada en vídeo donde un joven le pega una patada a una pequeña perrita en el palier de un edificio recorrió el país y gran parte del mundo.
Los dedos acusadores cayeron sobre su persona porque estamos en la era del gran hermano, todo se ve, incluso en HD. La situación de violencia revuelve el estómago. Mientras que, en torno al golpeador se desmorona su mundo de la realidad.
En su mundo de forma inmediata comenzaron a ocurrir cosas: la novia lo dejó, lo hizo al ver las imágenes que los vecinos de su edificio le muestran. Allí se puede ver a su perrita que se llama Mía, volando desde adentro del palier hacia afuera, cayendo en la vereda, con una virulencia que denota la tremenda patada que el joven le propina. También se quedó sin trabajo, porque la empresa en donde se desempañaba laboralmente lo desafectó luego de hacerse públicas las imágenes de la agresión. Su cara comenzó rápidamente a verse en las redes sociales, que se multiplicaron al infinito. De esa forma la condena social es parte de los acontecimientos, mientras que, paralelamente se teje una demanda por maltrato animal.
El acusado también es árbitro de fútbol de la Liga Amateur de Chascomús y estudia el profesorado de Educación Física en la Universidad Nacional de La Plata. Se trata de una vida como la de cualquier otro joven que estudia, trabaja, está de novio, pero que, un día, se le ocurre patear a un animal para mandarlo varios metros en el aire.
Ese es el momento estelar de un imbécil de turno, cuando entra en acción. El país está lleno de esos personajes, basta con ver las pinturas con rayas sin sentido o leyendas vacías en las viviendas y edificios de la ciudad. Observar la vandalización de lugares públicos. Incluso hay hasta acciones de políticas y políticos, que se suman a la imbecilidad para ensuciar un frente, sin darse cuenta que si están ensuciando una propiedad privada, nada han de hacer en una legislatura, un concejo deliberante o el puesto que se le otorgue, para representar y bregar por la gente desde un ámbito público.
Quizás en la humanidad un ser nace bueno y luego se hace malo o solo se trata de maldad que nace en el interior. Hobbes, en el siglo XVII, sostenía que el ser humano es malo por naturaleza, de modo que para poder convivir es necesario una ley autoritaria o poder absoluto que pueda lograr controlar el impulso agresivo que surge en los seres.
Un siglo después Rousseau, decía que el ser humano es bueno y empático, pero que es de naturaleza salvaje. De modo que si uno de esos salvajes ve a otro sufriendo, siente una inclinación natural a auxiliar. Pero si algunos de esos seres llega a decir “esto es mío” despierta la agresividad del otro, porque también lo quiere, entonces aparecen la competencia, la envidia y la agresividad.
En el caso del joven que de la nada patea a una perrita que apenas tiene los centímetros para llegarle a los tobillos, entra el efecto de otro fenómeno, es el preciso momento del imbécil de turno. No se trata de propiedad, ni de envidia o competencia. Tampoco es un hecho del entorno cultural . Simplemente es hacer el mal. Porque quienes ejercen actos de violencia son parte necesaria para ocupar los espacios de los imbéciles de turno.
Lamentablemente nunca el imbécil se da cuenta ni sabe que es un tremendo imbécil, claramente si tuviera noción que es tan imbécil, es muy probable que quizás no sería tan imbécil.