Las formas que adopta la comunicación contemporánea: una reelaboración de las prácticas del pasado

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

La creación de la enciclopedia configura uno de los anhelos más loables de la modernidad: la ilustración permitiría que la humanidad mejore. Sin detenernos a considerar cuáles eran los conocimientos válidos por los europeos del siglo XVIII ni tampoco analizar su férrea confianza en el poder de la razón, es preciso reconocer que – acaso sin saberlo – fueron partícipes de la conformación de un modo tan ambicioso como ordenado de conocer y explicar el mundo.

La sucesión de términos bajo un criterio objetivo de organización, la explicación metódica y prolija de cada uno de ellos y la pretensión de generar lectores atentos, ordenados y capaces de valorar de la información que se ponía a disposición establecen una propuesta de distribución del conocimiento muy destacada. Además, acaso como una consecuencia lógica de la sistematización de su producción discursiva, fueron generando las condiciones para que los campos científicos, culturales y luego sociales generales adoptaran (con muchos remedos, por supuesto: el diccionario que tenemos en casa, por ejemplo, es una especie de sucedáneo de la gran enciclopedia que pretendían construir los filósofos franceses e ingleses) un modelo de conservación, estudio y valoración del conocimiento que situaba a la totalidad por encima de las partes. Pensemos que las instituciones formativas de nivel superior se las conoce como universidades. El afán por acaparar toda la sabiduría de la humanidad en las páginas de cada tomo era el mismo que debía impulsar a cada profeso y estudiante en las aulas.

El advenimiento de la sociedad de las multitudes durante el siglo XX obligó a realizar drásticas modificaciones en la distribución del saber para acercar a las mayorías a las posibilidades de aprender. Y uno de los artefactos que resultó clave para bajar costos y para multiplicar ejemplares fue la fotocopiadora. No se trata, por supuesto, de despreciar esa forma de acceso (de la cual fui un beneficiario) ni tampoco de caer en el error de suponer que no generaba hechos de aprendizaje. Sino de advertir que si la lectura de alguna forma lineal, secuencial, unívoca de un mismo material generó algunas cualidades en relación a la producción científica y al valor del arte, también debemos suponer que el consumo de capítulos, introducciones, apartados de diferentes libros y autores debió suscitar una construcción de subjetividad diferente. A eso debemos incluirle las diferentes velocidades que pueden requerir, dado que no todos los textos necesitan la misma atención. Algunos fragmentos se repiten, otros los olvidamos con facilidad, las obras aludidas no siempre las reconocemos, ni tampoco entendemos cada una de las relaciones posibles entre corrientes, perspectivas teóricas, pero podemos dar cuenta de la totalidad. ¿No les da la sensación que en vez de hablar de las formas que adopta la lectura estaba haciendo referencia al videoclip? Quizás podríamos postular que quienes crecieron recibiendo fragmentos de obras, fotocopias de apuntes, anuncios y todo tipo de materiales en diversos soportes reformularon ese género discursivo porque hallaron allí el espacio preciso para decir aquello que le corresponde a cada generación: su propia versión del mundo y de ellos mismos. Quizás las formas que adopta la comunicación contemporánea conforman una reelaboración de prácticas del pasado reciente que por su proximidad cotidiana parecen invisibles.