La verdad es una ilusión

Profesor Por Dr. Luis Sujatovich* –

Las noticias falsas nos advierten, cada día, sobre la dificultad de alcanzar una verdad absoluta. ¿Quién podría asegurar que un hecho es exactamente como lo percibe? ¿De qué manera se podría afirmar con certeza que algo es incuestionablemente verdadero, sin dejar espacio para otras versiones, quizá complementarias, quizá opuestas? Si bien no se trata de un fenómeno nuevo, es evidente que la red expone con insistencia nuestra condición de sujetos atravesados por la subjetividad, es decir, por interpretaciones de los hechos que pueden variar según el contexto y el estado de ánimo. Un mismo acontecimiento puede provocar angustia, hilaridad o melancolía con el paso del tiempo. En consecuencia, si aceptamos que todas esas interpretaciones fueron reales para quienes las experimentaron, debemos admitir que no estamos en condiciones de sostener verdades inmutables.

¿Verdad u opinión?

La frase de Nietzsche: “No hay hechos, solo interpretaciones”, adquiere, paradójicamente, un rango de verdad. Sin que esto implique unanimidad, no solo porque hay otros filósofos más valorados, sino también porque muchos jamás aceptarían que su opinión es, apenas, una alternativa. Los estatutos jurídicos, por ejemplo, no admiten un abordaje flexible. La matemática, tampoco. La ciencia, menos. Sin embargo, un rápido viaje al pasado pondría en aprietos estas certezas: lo que en pleno siglo XXI se considera legal, indiscutible y científico habría resultado impensable en la Edad Media. Pese a ello, aunque lo sabemos, simulamos amnesia y seguimos considerando que la verdad es posible.

Verdad y poder: una alianza estratégica

Cabría preguntarse por qué se la estima tanto, por qué para millones de personas resulta indispensable y son capaces de recorrer el planeta solo para dar con ella. Quizá porque, como señaló Foucault, “la verdad está vinculada a sistemas de poder”. Poseer la verdad no es solo una búsqueda filosófica o religiosa, sino también una ambición, un solapado interés por formar parte de quienes tienen razón, de quienes legislan, de quienes nombran, de quienes conducen. La verdad, entonces, no es un ideal inmutable, sino un recurso estratégico de dominio sobre el otro. Por eso no es tan importante que las reglas cambien, mientras la verdad no cambie de manos. No importa que sea una ilusión en movimiento, siempre que nos beneficie.

Narrativas digitales y el colapso de las certezas

La cantidad de información que prospera en la red es enemiga de la verdad, pero no el sentido evidente del término. El problema es más complejo: si existen tantos relatos sobre cualquier  tema, ¿no es un modo indirecto de asumir que no hay una verdad que no tenga otras a su alrededor? El gran disgusto no es caer en el error de un premio falso, de ser engañados por el anuncio del fallecimiento de una celebridad, e incluso caer en una estafa. Sino más bien en la certeza, (¡vaya ironía!) de que no existe la verdad. Y, como nunca en la historia, hemos podido percibir con más fuerza esa incertidumbre, esa desazón, ese desamparo. Tener razón supone poseer un propósito válido.  El sentido de una experiencia individual y social se sostiene en la existencia de la verdad. Y en su vigencia. Por eso cualquier diferencia es denominada mentira. Y por eso nos molestan tanto.

*Investigador – Profesor Universitario – UDE – Universidad Siglo 21 –

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