La modalidad icónica de nuestra presentación en la red: un veloz intercambio de emociones

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

La definición habitual de la foto de perfil sostiene que se trata de una imagen o figura icónica que representa al sujeto, institución o agrupación que habita en la red. Sin embargo, es preciso destacar que el significado que portan excede la mera presentación. No se trata, como en el documento, sólo de un dato más para corroborar la identidad de una persona. Por el contrario, la variedad de recursos que se despliegan para destacarse, sea a fuerza de documentar que se asistió a un evento, a una ciudad o que se conoció a alguien, por poner apenas unos ejemplos, obligan a reflexionar acerca del valor que tiene para darse a conocer de una forma determinada. Nadie podría negar que con la imagen elegida se busca generar una sensación particular en quienes nos observan. Lejos de considerarse un compromiso exigido por las condiciones de uso, constituye una elección que pretende decirle a los demás qué somos, donde fuimos, qué pensamos o qué nos gusta hacer en el tiempo libre. Cierto es que, a pesar de los esfuerzos narrativos para resumir nuestra caracterización a una foto en el caribe, su efecto es limitado: resulta un significante viciado de lugares comunes que ya no remite más que al (¿vano?) intento por mostrarse solvente.

No obstante ello, la modalidad icónica de nuestra inscripción en la red (y también de buena parte de las interacciones) confiere al lenguaje visual una preeminencia cuyos resultados no sólo operan de forma consiente, sino principalmente de manera inconsciente. Cuanto pretendemos suscitar en el otro, a partir de una foto en particular, ¿está esclarecido para nosotros? ¿Tenemos plena seguridad acerca de toda aquella información que anhelamos que se difunda desde nuestro registro de identidad ilustrada? Sabemos que la comunicación oral y escrita tiene sus interferencias, por lo tanto, sería interesante saber cuáles son las que afectan a ese intercambio. Parece poco probable que haya plena coincidencia en las mil palabras que provoca una imagen, ¿no es cierto?

Goffman, en su libro “La presentación de la persona en la vida cotidiana”, se ocupa de inquirir en los mecanismos que se ponen en funcionamiento en un encuentro con extraños: “cuando un individuo llega a la presencia de otros, estos tratan por lo común de adquirir información acerca de él o de poner en juego la que ya poseen. Les interesara su status socioeconómico general, su concepto de sí mismo, la actitud que tiene hacia ellos, su competencia, su integridad, etc. La información acerca del individuo ayuda a definir la situación, permitiendo a los otros saber de antemano lo que él espera de ellos y lo que ellos pueden esperar de él”.

¿De qué forma construimos nuestra subjetividad frente a un nuevo habitante, cuando de él o de ella sólo tenemos una representación breve, con marcado acento ficcional? ¿cómo tender hacia la prescindencia de los prejuicios sin son precisamente ellos los que nos ayudan a edificar nuestra primera impresión en la red? ¿Será entonces que el mayor inconveniente no es la elaboración de un prejuicio, sobre todo en esas condiciones, sino su persistencia? Nadie puede resumirse a una imagen ni a un prejuicio: el desafío no es pensarlo sino sentirlo con mayor intensidad que cualquier otra idea.