La interfaz ¿primera burbuja en la red?

Profesor Por Dr. Luis Sujatovich – Docente e investigador Universidad Siglo 21 –

Customizar la interfaz es, quizás, el gesto más cotidiano de apropiación tecnológica. Cada nueva versión nos invita a elegir qué funciones destacar, qué colores preferir, cómo disponer los elementos. En ese acto, la interfaz se convierte en una extensión de lo propio: una superficie que parece hablarnos en nuestros términos.

La proximidad como principio de diseño

Las interfaces digitales no solo organizan funciones: organizan sentidos. Su arquitectura responde a una lógica de proximidad, donde lo visible es lo accesible, y lo accesible se vuelve deseable y, a la vez, comprensible. La interfaz no muestra todo, sino lo que queremos ver. Así, establece una ley tácita: lo que no se muestra, no existe. La realidad, en consecuencia, no solo se acomoda a la interfaz: se pliega a nuestras percepciones y, en ocasiones, parece anticipar nuestras expectativas. Como señaló Lévy, la interfaz no es solo una superficie de contacto, sino una operadora del pasaje: traduce, transforma y conecta mundos heterogéneos.

La primera burbuja: interfaz como filtro y envoltura

Ingresamos a la red a través de una superficie diseñada para agradar. Esa bienvenida visual y funcional no es inocente: nos habitúa a un entorno que confirma nuestras elecciones y reduce el margen de lo inesperado. La interfaz es, en ese sentido, la primera burbuja: una envoltura que filtra, organiza y anticipa la experiencia. Pero también es un dispositivo de poder. Como advierte Scolari, el diseño y uso de una interfaz son prácticas políticas: determinan qué trayectorias de exploración se abren, qué opciones se ocultan y qué formas de alteridad quedan suspendidas. Esta lógica de selección y confirmación no se limita al diseño de la experiencia digital: se proyecta sobre nuestras formas de habitar la red. Así la cancelación emerge como un modo de interacción coherente con el entorno que la posibilita.

La lógica de la cancelación: entre deseo, diseño y exclusión

La cancelación es una forma de interacción que distingue a nuestro presente. No surge únicamente de las tensiones sociales ni de las multitudes que habitan la red, sino que responde a una predisposición más profunda, modelada por entornos que privilegian la inmediatez, la personalización y la gratificación instantánea. Al respecto Gardner y Davis, la lógica de las aplicaciones no solo organiza el acceso a contenidos: configura modos de estar en el mundo, donde hacer, tener y decidir sin demora se vuelve norma. Y para que todo eso ocurra está la interfaz.

Pensar la interfaz: política, percepción y posibilidad

La interfaz, entonces, no es solo una mediación técnica: es una forma de mundo. En su aparente neutralidad, organiza la experiencia, modela la percepción y condiciona la interacción. Customizarla no implica liberarse de sus límites, sino adaptarse a ellos. En ese gesto cotidiano se juega una política del diseño que configura subjetividades, regula accesos y define qué puede ser visto, dicho o compartido. La cultura de la cancelación, la lógica de la inmediatez y los sesgos de la inteligencia artificial generativa no son fenómenos aislados: son expresiones de un ecosistema donde la interfaz es el primer filtro, la primera burbuja, el primer acto de selección. Pensar críticamente la interfaz es, por tanto, pensar las condiciones de posibilidad de nuestra experiencia digital, y con ello, los límites y potencias de nuestra vida en común.

Fuente de la imagen: https://jorgecastro.mx/user-interface-diseno-de-interfaz-de-usuario/