La inaprensible y efímera condición de la existencia digital contemporánea

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

Nuestra concepción del tiempo ha sufrido, desde la digitalización de nuestras prácticas sociales, una aceleración frenética. Pero no debemos caer en el error de considerar que se trata de un fenómeno exclusivo del siglo XXI. Hay una aceleración intrínseca a la actividad humana que los medios de comunicación, durante el siglo XX, lograron advertir: basta leer un diario de 1940 y uno de 1980 para comprender la diferencia. Hay mucho menos texto y éstos son más precisos y breves.

Pero en pleno siglo XXI el viejo refrán: <> precisaría un cambio. Algo así como: <>.

¿Y cuál es la relevancia de esta consideración tan detallada del tiempo?
Porque una de las cualidades que podemos consignar en la lista de hábitos propios de nuestra acción en la red es la impaciencia. Cuanto sucede allí debe ser veloz porque tendrá poco tiempo de exposición antes de que nuestra atención se desplace hacia otra publicación. Y también, es necesario que se comprenda rápido, de forma sencilla. De tal forma que se pueda compartir, celebrar y consumir sin que requiera mucho esfuerzo ni obligue a dedicarle un lapso muy extenso. Entonces, al menos podríamos postular que nuestra desempeño en la red podría apelar no sólo a las emociones y propender a una exagerada partición del tiempo que le brinda a un segundo una entidad e importancia que no merece.

“Todos los contenidos tienden a ser microcontenidos, unidades semánticas que pueden eslabonarse o no y que permiten ‘emocionarse’ en un tiempo escaso. Todo contenido debe poder presentarse en tajadas finas. Las brevedades se adaptan mejor a la fragmentación del tiempo”, sostiene Igarza en su libro << Burbujas de ocio: nuevas formas de consumo cultural>>. Su descripción nos exime de brindar mayores explicaciones: somos contemporáneos de estas disminuciones que parecen no acabar (me refiero a que sigue en su proceso de disminución del tiempo) y que – acaso porque muchos aún resultamos modernos al fin y al cabo – no tenemos en claro qué dejarán a su paso. Es decir, qué nuevo orden discursivo se está erigiendo. Y qué lugar habrá para ejercer la fruición de la razón.

Por último, quisiera formular algunas interrogaciones: si los contenidos que se consumen en la red deben ser breves, efímeros y requieren bajan densidad interpretativa: ¿no estaremos haciendo lo mismo con nosotros? Es decir, nuestras publicaciones, nuestras interacciones, nuestra forma de habitar la red no estará sujeta al mismo rigor que articula brevedad, sencillez y emoción de rápido efecto. Quizás, sin proponernos, estamos colaborando en la elaboración de una inasible existencia digital que a diario se consume, y a diario se olvida.