El lenguaje es una prótesis insuficiente

Profesor Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

La red se ha vuelto transparente para nuestra subjetividad y  resulta muy difícil imaginarnos sin ella. Sin embargo, como está mediada por la tecnología, al menos la teoría nos recata de olvidar su existencia. Algo semejante sucede con la primera, también la hemos vuelto intangible, pero con el lenguaje. Por eso las plantas y los animales tienen un acceso a la naturaleza que nos está vedado: no operan con símbolos ni tampoco pretenden modificarlos. Para ellos el objeto no es incognoscible, ellos forman parte de él. Nosotros, en cambio, urdimos, con candor y torpeza, relaciones entre sonidos y apariencias que el tiempo favorece (o perdona) para convertirlos en verdad, aunque no accedemos a la cosa en sí jamás. ¿O alguien alguna vez pudo conocer al dolor, al tiempo, al amor?

No debemos confundir un representante, por ejemplo una persona enferma o muerta con el objeto: no vemos la muerte, apenas si tenemos la desgraciada ocasión de observar a alguien querido que ha muerto. La diferencia parece sutil y a la vez es fundamental. No es lo mismo ver el mar que una postal de la playa.

Nuestro principal problema es que las construcciones que hemos creado para darle forma  civilizada a nuestros miedos y deseos, es decir la cultura, nos ha ayudado a olvidar que son manufacturas. Y pugnamos con todo nuestro ser por imponer esa falacia ya no sólo como real y verdadera, sino como la única que merece existir. Y como confundimos el amor con cupido y la paz con una paloma, no cejamos en nuestra impostura de condenar a quien no acuerda. El lenguaje es un ejército de metáforas petrificadas, nos recuerda Nietzsche. Y aun así nos enceguecemos y aseguramos que la verdad nos asiste.

Cuando habitamos la red estamos bajo el influjo de una segunda piel que tampoco reconocemos en su totalidad, porque también utilizamos símbolos para comunicarnos. Entre el ícono que seleccionamos, la acción que realiza y nuestra interpretación de lo que acontece hay tanta distancia como la que guardan las computadoras entre sí alrededor del mundo.  El problema es que lo olvidamos, es cierto que lo hacemos porque necesitamos ficciones para sobrellevar el duro peso de una existencia finita, previsible y dolorosa. La menesterosidad que nos constituye no debería ser un aliciente para soportar que un representante sea mejor que el otro, dado que ambos son aproximaciones, imperfectas réplicas de un original que nadie conoce. Para algunos la alegría se ve como una sonrisa para otros se traduce con el pulgar levantado, ¿hay lugar para alguna disputa?

El lenguaje es una prótesis insuficiente, ni siquiera la poesía remienda esta carencia.  Aspiramos a la originalidad y solo manipulamos herramientas usadas que otros inventaron pensando en sentidos que ni las instituciones han podido dominar. El lenguaje es menos que la sombra de la realidad, tiene menos proximidad e igual  genera violentos desacuerdos.

La red ha heredado esas imposibilidades. Cada palabra digital opera con una doble mediación y así el objeto nos queda cada vez más lejos. La soledad es una forma de expresar la distancia con la naturaleza.