Por Dr. Luis Sujatovich* –
La cultura letrada ha ido generando, a lo largo de los siglos en los que predominó, una noción que ligaba la calidad de un texto (o al menos su importancia) a la cantidad de páginas que poseía. El esfuerzo de la escritura de un volumen de 600 páginas era la evidencia de una inteligencia que merecía conocerse, aún sin que su obra fuese significativa. La cantidad era el mensaje.
Esta predisposición cuantitativa provoca, además, una interpretación equivocada de las grandes obras de la antigüedad, de la Edad Media y de la modernidad, se supone que requieren de un gran esfuerzo por parte de los lectores para abordar su extensión y la complejidad. Por eso consideran que un breve mensaje no puede (ni podrá) contener ni una ínfima parte de su valor. Sin embargo, si nos detenemos a explorar las obras más significativas de esos períodos, podremos observar que la Biblia tiene muchas divisiones que fragmenta su lectura (también la Torá tiene textos que deben tratarse cada día), ocurre lo mismo con Las mil y una noches, El Decamerón, La Ilíada y Don Quijote. Nadie creó un texto largo para que se consumiera de una vez, sin ningún tipo de dosificación. ¿O acaso no poseen capítulos y secciones?
La modernidad aportó, atravesada por las reglas del capitalismo, un factor que nos ayuda a esclarecernos: los escritores, a medida que la literatura se convierte en un negocio (junto con el periodismo) pasan a cobrar por palabra. Por lo tanto, si pretendían tener las condiciones mínimas de subsistencia, sus obras debían tener todas las páginas que fueran posibles. La ecuación no deje lugar a dudas. Entonces, ¿cómo es que se estableció que una novela de 600 páginas es la referencia obligada para lectores y estudiantes, si en realidad ha sido extendida por necesidades totalmente externas al arte?
La cantidad, por lo tanto, expresa el mal pago que percibían los asalariados, no la dimensión de sus ideas o argumentos. Resulta curioso advertir que se considera un valor el resultado de una transacción injusta, y perplejos asistimos a su continuidad ante la brevedad de las expresiones culturales contemporáneas. Incluso suele ser el primer fundamento que se esgrime para quitarle relevancia a los videos, mensajes y contenidos que proliferan en la red. Si son breves, ¿cómo van a pretender ser considerados como una en igualdad de condiciones que una obra de diez volúmenes?
Los defensores de la cultura letrada se están convirtiendo (irónicamente de forme veloz) en reaccionarios, asumiendo así una contradicción que supera la dimensión de las obras que defienden. La extensión no ha sido más que el resultado de circunstancias económicas y tecnológicas que prevalecieron durante algunos períodos de la historia. Por lo tanto, no conforman un mérito, sino que expresan las condiciones en las que fueron creados y/o distribuidos en una sociedad. La denotación de un texto es importante, pero sin una connotación ambiciosa y provocativa, seguiremos equiparando aspectos incongruentes.
Si la temporalidad es determinante, entonces el idioma con más vocablos debería ser universal.
*Investigador – Profesor Universitario – UDE – Universidad Siglo 21 –
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