
Julia Malbina Gambetta es enfermera, fue campeona mundial de paracaidismo en 1950, cuando la mujer aún no votaba, y salvo vidas de conscriptos, conocidos como “colimbas”, durante la terrible dictadura militar que gobernó el país entre 1976 y 1983. Esto último es su mayor orgullo, lo primero una hazaña, quizás.
La vida de julia ha sido paradigmática. Corrió paralelamente al ascenso social que ocurrió en la Argentina después de 1945, que propició el peronismo. En la década del 30 la sequía arreciaba al país. La Pampa era un desierto. En Sarah, una localidad cercana a Larroude, una familia con 10 chicos luchaba por mantener algunas vacas que no les pertenecían, un pobre campo con un tambo, donde los padres, Ana y Pedro o Pietro eran puesteros.
Las vacas mugían alrededor de la casa en busca de agua y comida. Solo las separaba el alambrado, que había sido puesto, paradójicamente, para que no escaparan. Julia era una rubiecita que apenas se levantaba del piso y cuya mayor satisfacción era ganarle una corta carrera al mercachifle Antonio, para ganarse unos caramelos para ella y sus hermanos. La potranca alazana, como el turco la llamaba, tenía carácter y tesón. Tesón que mostró cuando a los 16 años, y ya con la familia en General Villegas, tomó un tren hacia la ciudad de Buenos Aires, la avergonzaba el no haber podido terminar la escuela primaria.
Trabajó de sirvienta, 24 por 24 hs, con unas mínimas salidas los domingos a la tarde. Así eran las cosas entrados los años 40: Sirvientas, no empleadas, ni muchachas, ni personal domestico, eran siervas o sirvientas.
En el favorable contexto facilitado por el gobierno de Perón, Julia aprovechó y logró colarse a las monjas del Hospital de Alienadas, donde empezó a aprender su oficio: enfermera.
La enfermería la conectó con el paracaidismo y a su instructor Miguel Peña, quien la convenció de batir el récord mundial femenino de paracaidismo, en salto consecutivo. Luego, las guerras de las asociaciones, que siempre han existido en nuestro país, hizo que no pudiera saltar en Buenos Aires o en Pergamino, tenía 25 años.
El 29 de junio de 1950, año en el que se cumplía el 100 aniversario de la muerte del Libertador General San Martín, Julia saltó durante todo el día, en 40 oportunidades. Con los paracaídas clásicos de seda, como los utilizados en la segunda guerra mundial. Al décimo salto una de sus rodillas se había hinchado, pero no importó. Cuando llegó la noche la fuerza aérea suspendió la prueba, el aeródromo de Junín no tenía la iluminación necesaria.
Al otro día Critica (el diario más importante de la época) publicó en la portada la “hazaña”. Critica: “Una Enfermera Aeronáutica batió el récord: 40 saltos con paracaídas”. “Resta importancia a su hazaña la paracaidista Julia Gambetta”. Noticias Gráficas: “Volverá esta noche junto a sus enfermos la samaritana Recordwoman de Paracaidismo”. “Paracaidista y samaritana”, “Fue batido el récord mundial femenino de saltos en paracaídas” fueron algunos de los titulares.
Recibió un telegrama de felicitaciones de Eva Perón, se entrevistó con funcionarios, con el Secretario General de la CGT, Espejo, recibió una invitación del Mariscal Tito, de Yugoeslavia, Racing la nombro socia. Solo pidió una cosa: tener la oportunidad de estudiar, superar los “por qué” se había alejado de General Villegas.
Llegó a la universidad y luego de formar una familia, sin terminar su carrera se estableció en la localidad platense de Manuel B. Gonnet, donde se convirtió en la enfermera del barrio.
Como enfermera trabajó en el Hospital Naval de Río Santiago. Fue destinada al Pabellón de señoras, donde además eran atendidos los oficiales y cadetes de la Armada Argentina.
Durante la dictadura, su voluntad por no corromperse, la llevó a la sala de infecciosas (en castigo a sus convicciones). Allí, junto a otras nobles enfermeras y algunos médico, salvaron a un importante número de conscriptos que los suboficiales y oficiales del Batallón de Infantería de Marina n° 3 daban ya por muertos, luego de propiciarles un brutal maltrato. Llegaban con profundas neumonías, con infecciones pulmonares de bacterias que se encuentran en las heces humanas. Algunos de ellos aterrorizados, llenos de miedo y sin deseos de seguir viviendo, producto del maltrato físico y psicológico. Ayudarlos, contenerlos fue su mayor reto, su mejor tarea.
Como no entender entonces que ese sea su mayor orgullo, su récord mundial fue lo que dijeron algunos diarios de la época: una hazaña, de una potranca alazana.
Agradecemos la colaboración de su hijo, Lic. Pedro Ruiz, para el artículo.