La construcción de la identidad en la red: una discusión necesaria

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ -UDE –

La huella digital se define como aquellas informaciones que alguna vez hemos publicado en la red y que aun habiendo pasado mucho tiempo, se presumen como fundamentales para definir nuestra identidad actual.  En consecuencia, si alguna vez anunciamos que el mejor lugar para vacacionar era Mar del Plata, ya no podremos celebrar nuestro veraneo en otro sitio, porque – de alguna forma – nos estaríamos traicionando. No seríamos auténticos, ni tampoco confiables. Porque si somos capaces de engañar con algo tan trivial, qué se podría esperar respecto de asuntos importantes. No faltará quien, ante nuestra nueva elección, nos recuerde (a modo casi de acusación) que antes tuvimos otras inclinaciones. La red se convierte así en una conciencia absoluta que es capaz de detectar el más mínimo cambio y para ello no es necesario ni los filtros ni los algoritmos. Con los atentos habitantes alcanza. Vaya forma inútil de ejercer la memoria.

La primera pregunta que surge de inmediato es ¿quién no ha cambiado de parecer? Y la segunda es ¿no es indispensable que eso suceda? Es cierto que para algunos temas no es aceptable el cambio, por ejemplo, el equipo de fútbol del cual simpatizamos, sin embargo, es muy frecuente asistir a delaciones sociales que se celebran como aportes a la justicia, porque un sujeto hace diez años estaba seguro de una idea y hoy piensa diferente. Se suele llevar esta discusión sobre la falta de responsabilidad de las decisiones individuales, poniendo de manifiesto que no hay compromiso con un ideal. La posmodernidad se manifestaría en la red como el permiso tácito para expandirnos bajo una banalidad constante. La farándula, la clase política, los empresarios y los periodistas serían los ejemplos vivientes de estas acciones vergonzantes. Y si bien en muchos casos lo son, no es precisamente por este motivo. ¿Alguien puede considerar como un valor tener las mismas ideas a los cuarenta años que a los veinte? ¿Estamos seguros que si eso fuese posible sería conveniente? ¿Sería posible madurar sin cambiar?

Quizás estemos desperdiciando una ventaja de la cultura contemporánea. No en la práctica, sino en su conceptualización. Es decir, nos transformamos, pero a la vez nos parece perjudicial. Acaso como una herencia que subsiste de la modernidad, persistimos en la noción de la identidad como un bloque de mármol, incólume, rígido y labrado para la posteridad. En la juventud podríamos elegir (lugar de residencia, actividad laboral, pareja, etc.) y la vida adulta consistiría en sostener cada una de ellas. De lo contario, causaríamos una gran decepción.  A pesar de ser testigos del estrepitoso fracaso que ha tenido el proyecto de la modernidad, no parece tan sencillo despojarnos de sus principios. Tal vez sólo se trate de un problema generacional. Y acaso los que tenemos un pie en cada etapa (modernidad y post) seamos los últimos que se deban preocupar por estos menesteres. Si la verdad es contingente y subjetiva, nosotros no podemos sino serlos aún más.