Dr. Luis Sujatovich* –
Las formulaciones teóricas acerca de los consumos culturales contemporáneos suelen interesarse por la brevedad que proponen para su delectación. Desde el ocio intersticial, pasando por el filtro burbuja y por la cultura snack, hay una variedad de abordajes que se atienden con especial afán a las nuevas velocidades que se articulan y aceleran en torno a las vinculaciones cotidianas con las plataformas y contenidos digitales.
No es una revelación que la celeridad sea un signo identitario de los afanes contemporáneos, ya que es muy fácil de percibir, basta usar el celular para darse cuenta. Sin embargo, resulta muy significativo que en ningún caso – hasta el momento – se articule esa prisa con alguna circunstancia extrínseca, es decir que no tenga vinculación directa con el objeto. Afirmar que los videos se miran rápido porque duran poco, es oportuno pero insuficiente.
Tal vez habría que evaluar las circunstancias en las que esas relaciones se establecen, no para ajustarlas (con la fuerza que sea necesaria) para que respondan a una interpretación materialista preconfigurada, sino para inquirir si se puede establecer algún vínculo entre la rutina laboral de la sociedad y el modo en que habitan la red.
Podríamos preguntarnos si las extensas jornadas de trabajo, la precariedad, los largos viajes, las múltiples tareas que desarrolla una persona (promedio) durante la semana, no suscitan una fragmentación del ocio. Con poco tiempo libre, ¿cuál otra estrategia podría aplicarse para distraerse y vincularse con los demás? Quizás la brevedad no es una elección, sino un modo de subsistir de nuestra subjetividad. La ficción tiene cada vez menos oportunidades de expandirse, acaso por eso nuestro orden simbólico tiene tantas dificultades de estabilizarse, ¿o acaso hay un estilo comunicacional posmoderno definido que pueda excluir en su definición a la fugacidad?
El aprovechamiento de las mínimas contingencias para distraerse con un meme o para comentar una publicación no debería sólo conducirnos a la crítica despiadada de la pérdida de la atención, de la caída del acervo cultural y de otras tantas consideraciones que sólo buscan demostrar que quien la emite está a salvo del desastre. En las teorizaciones acerca de la cultura contemporánea no hay protagonistas, sólo cronistas foráneos. Es más fácil narrar en tercera persona que asumirse protagonista, ¿será por eso que omiten las limitaciones y desavenencias que atraviesan a cada miembro de la sociedad? No conocen más que la materialidad de los actos, pero pueden explicarlos las motivaciones intrínsecas de nuestro consumo alienante.
La inclusión de las mínimas oportunidades que posee el grueso de la población, especialmente la juventud trabajadora, para volcarse con desapego a las obligaciones y detenerse sin cuidados en un material audiovisual extenso y complejo, es una decisión moral que atañe a todo el desarrollo conceptual que se proponga. Y también tiene incidencia en quien lee, en quien explica, en quien interpreta. Mirar los hechos y no las circunstancias es un acto que funda una epistemología que no nos considera. Motivo de sobra para desconfiar de sus elucubraciones.
*Profesor Universitario – UDE – Universidad Siglo 21 –
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