En la red sólo los grandes medios de comunicación mienten, los particulares no

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

En la red sólo los grandes medios de comunicación mienten, los particulares no. Es una verdad no dicha ni comprobada, pero asumida con mucha intensidad. Si alguien denuncia un fraude tiene más posibilidades de ser veraz que un portal de noticias, ¿no es cierto? Sería interesante interrogarnos acerca de los motivos que nos impulsan a ese razonamiento. Es probable que se mencionen la larga lista de fraudes y acuerdos espurios que han cometido los grandes diarios con diferentes gobiernos para establecer que el engaño es propiedad absoluta de ellos y, por lo tanto, quien se dedique a ofrecer información fuera de esa trama de poder y corrupción, será honesto, salvo y garante de la democracia occidental.  Esta ecuación esconde una trampa muy desagradable, ya que nunca se cuestiona de dónde obtuvo los datos que publica ni tampoco se le exige rectificaciones. Sucede que consagramos nuestra opinión en base a otras personas que piensan igual y entonces damos por sentado que quien nos informa es legítimo. Hay, por supuesto, dos grandes dificultades involucradas en esta actitud contemporánea: la legitimidad que porta un simple usuario no es discutida ni siquiera por los medios que funcionan como garantes de la información que circula en la sociedad, por ejemplo chequeado.com no se dedica a ellos ni tampoco los portales se encargan de desmentirlos, en consecuencia gozan de un prestigio que sólo se fundamenta en su condición. El otro aspecto está ligada a la acumulación de certezas que se genera en torno a los influencers, se revelan como opiniones independientes que aprovechan – como alguna vez propuso Muraro – la convergencia de intereses entre algún sector de la sociedad y su capacidad de acción e influencia para destacarse y congregar adeptos. Esta práctica promueve una construcción de sentido confortable y a la vez peligroso: permite que diversos grupos se afiancen en sus convicciones porque alguna vez tuvieron razón o porque pudieron lograr un objetivo. La verdad, en consecuencia, no es de los medios concentrados ni del gobierno, sino solo los ciudadanos. Principalmente de aquellos que están de acuerdo entre sí, porque no nos estamos refiriendo al debate de ideas ni tampoco se estipula que la verdad pueda surgir de un proceso de diálogo entre otredades. Se entiende que alguien puede dar su parecer (con simulada solvencia)  por mera proximidad, un testigo es capaz de descifrar las circunstancias en que se cometió un asesinato por el simple hecho de vivir en el mismo barrio en que sucedió, ¿o acaso hacen falta más pruebas para avalar la integridad de su discurso? Ninguna ciencia puede más que la libertad de expresión sin fundamentos ni responsabilidad, pero como estamos convencidos de que toda exposición que tenga un marco institucional está viciada, es falsa y conduce a un equívoco, optamos por quedarnos con la versión del vecino. La identificación que nos produce, acaso cierta empatía ocasional, nos convoca a otorgarle credibilidad y suponer que aunque su testimonio parezca un disparate, tiene razón. Cualquiera de nosotros podría ser esa persona, motivo más que suficiente para advertir que no miente.