¿Hay algo por fuera de la red? Las condiciones de existencia contemporánea

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

¿Es posible concebir un ámbito, una práctica, un acontecimiento, un logro que no se encuentre ligado de alguna manera con la red? ¿Existe algo que sea independiente de nuestra participación cotidiana en el espacio digital? Un nacimiento, un accidente, una protesta, un casamiento, una tormenta, el simple hábito del desayuno, cada acto por minúsculo que sea tiene un referente ideal en alguna publicación con miles de “me gusta”, que de algún modo, lo condiciona. Hay, tal vez, una especie de impulso que se ha vuelto inconsciente que actúa de un modo silencioso pero eficaz: está presente en cada acto y se vuelve una realidad por nuestra predisposición a adaptar cada circunstancia a una forma discursiva que permita ser traducida al lenguaje binario.

Las definiciones acerca de la cultura digital, por lo tanto, cada vez se vuelven más incompletas. Algo así como si para definir a una persona nos quedáramos con la sombra. La red es un entramado textual que nos define, con contiene y nos constituye como experiencia emotiva y social. Pensemos por un momento que hace algunos años a nadie se le habría ocurrido que un jugador de fútbol, luego de un logro deportivo trascendental, se apartara de sus compañeros y se dedicara a transmitir su felicidad mediante un celular. Y, por supuesto, no es sólo una cuestión tecnológica, que permite esa acción.  Se trata de una nueva forma de subjetividad que prioriza, acaso sin advertirlo, el rol de habitante de la red por encima de cualquier otro, incluso el de campeón en el escenario deportivo de repercusión mundial. Algo así como las ofrendas que los grandes militares ofrecían a sus dioses luego de las exitosas campañas militares que protagonizaban.  Su triunfo sólo consistía en algo celebrable por la anuencia del ser superior que gozaba de los tributos: nada debía hacerse sin la sumisión a quien poseía el don de la victoria, es decir el de la existencia.

De igual manera la red nos ha convertido en súbditos de sus pantallas, de su exposición. Labramos afanosos nuestros destinos para poseer un botín que ofrecer a sus múltiples y dinámicos altares. Y no se trata de caer en la gastada referencia de la caverna de Platón ni a las comparaciones con la famosa película “Matrix”: nadie más que nuestro anhelo nos impulsa a hacerlo. Adoramos con un afán religioso las luces, las emociones, las ilusiones, las promesas que vemos a través de las publicaciones, las fotos, los emoticones. Jaques Derrida en su notable sentencia filosófica, acaso la más conocida de su producción, afirmó que “no hay nada fuera del texto”. Poniendo así de manifiesto que el sentido que le otorgamos a cuanto acontece siempre está imbricado con alguna forma de relato. Cada explicación que damos o recibimos es un texto. En consecuencia, nada hay fuera de él. Quizás la red, en la cultura contemporánea, cumpla el rol del texto. Nuestro apetito por complacerla, entonces, no es más que el vital instinto por reafirmar nuestra presencial textual y digital.