Seis artistas descubren sus tan disímiles “Paisajes desvelados”

Por Marina Sepúlveda – Agencia Télam –

Obras de Andrea Alkalay, Ángela Copello, Claudia Aranovich, Paula Senderowicz y Solange Baques confluyen en la muestra “Paisajes desvelados”, que dedica la galería OdA de Buenos Aires al tema del paisaje, en una exposición que se plantea inmersa en el Antropoceno -la nueva época geológica caracterizada por el impacto del hombre sobre el planeta- con imaginarios tan diversos como miradas que van desde paraísos y follajes hasta abstracciones y geografías nevadas.

La muestra curada por Laura Casanovas aúna esas construcciones de panoramas que se decantan comenzando por los paisajes nevados de Finlandia de Baques, pasando por los muros de hojas que se expanden al espacio de Copello y su impronta de paraíso, a un paisaje llevado a la abstracción, compuesto cromáticamente y presentado como díptico de Alkalay.

En ese mismo diálogo está la mirada distópica de Aronovich -la artista invitada- con sus paisajes contenidos en “bioferas” como las denomina, o los homenajes implícitos de Senderowicz donde vuelven a aparecer las personas en un particular biombo, así como las hojas entre llamas de “Todos los fuegos el fuego I” (1996) de Josefina Robirosa (1932-2022), de la serie de los bosques en un título que remite a Julio Cortázar. Una pintura que desde la distancia cronológica acompaña ese diálogo estético no exento de tensiones, entre las seis artistas.

En esta época del Antropoceno, que se postula a partir del protagonismo del hombre como modificador (y destructor) de su hábitat natural, la exposición “revisita la idea de paisaje para poner en perspectiva estéticas y mentalidades, señalar y advertir causas y consecuencias, auscultar pasados y presentes”, indica la curadora sobre esa tradición del paisajismo en el arte en tanto construcción cultural y simbólica que habilita otras miradas.

Y si bien los abordajes y estéticas son diferentes, el punto en común, según Casanovas, es una “ampliación de la imaginación para develar -descubrir- paisajes que alienten nuevos vínculos entre lo humano y lo no humano”, como punto de partida del diálogo espacial y sus atmósferas imbuidas, modificadas, en algunos casos, de pandemia.

A Solange Baqués (Buenos Aires, 1963), la pandemia la encontró en la residencia artística de Arteles, Finlandia, durante marzo de 2020, y allí estuvo varada durante tres meses en Haukiharvi, un pueblo a tres horas de Helsinki, tras el cierre de los aeropuertos, hasta que pudo regresar al país.

Sus fotografías del paisaje de una Finlandia rural nevada, introducen la exposición con sus reminiscencias a pinturas europeas de otros tiempos. Delicadamente colgadas y aéreas, las imágenes de “una historia en papel” parten de una toma directa digital impresa en limpio papel prensa, intervenido con un compás, perforado, “siguiendo el gofrado de papel tissue”.

“El paisaje se desdibuja y se pierde” como “los recuerdos”, y la memoria de su infancia “relacionados al negocio familiar” de fabricación de papel, explica la fotógrafa, “escenas que fui a buscar a su verdadero lugar de origen, Finlandia”.

“El troquelado manual, un gesto íntimo y contemplativo, buscó transformar ese paisaje y embellecerlo ante la angustia del momento, superponiendo formas para generar otro, el propio”, escribe Baqués. Pero no solo esto altera la superficie que parece inmutable a la distancia, sino que el tiempo y la luz van modificando el gris original.

Fotógrafa y de profesión paisajista, Ángela Copello (Buenos Aires, 1960) presenta “Edén 44” (2023), cuatro de las ocho fotografías digitales que trabajó a partir de encontrar el muro frondoso de hojas sobre una pared de una localidad de la provincia de Buenos Aires.

“En este trabajo sitúo la mirada en la prolífica vegetación de selvas y bosques fotografiando los bolsones de flora agreste que perduran entre ciudades y campos cultivados”, desarrolla sobre las instantáneas que la hacen recorrer kilómetros para capturar “una gama inagotable de verdes” que en su imaginario es “el paisaje del paraíso”, donde detenerse en el presente, pero también “son muros/telones ocultando la utopía de lo que estamos constantemente buscando”, describe como ambivalencia sobre una belleza idílica con un potencial cargado de “miedos y horrores”, y la contemplación como opción para traspasarlo.

La otra fotógrafa es Andrea Alkalay (Buenos Aires, 1966), quien busca desde su práctica “el potencial poético surgido de la observación”, y se interesa en la distancia y “discrepancia entre lo que vemos y lo que sabemos”. Presenta el díptico “Paisaje sobre paisaje” como un diálogo entre figuración y abstracción y la descomposición de la imagen en códigos de barra cromáticos, descombinados, desacoplados, desde donde construye “nuevos escenarios para proponer otras lecturas”, indica.

En esa operación, la fotografía original pierde sus colores, y se monta como collage a esas líneas de colores combinados con papel plegado, un gesto manual, que le otorga otro tipo de dinamismo sustraído levemente de la bidimensión.

Luego están las esculturas de Claudia Aranovich (Buenos Aires, 1956), una invitación lúdica de interacción a atisbar en espacios contenidos en sus biosferas. En su trabajo recurre a distintos medios “desde lo tecnológico al arte en la naturaleza”, y trabaja sobre temáticas como la dualidad artificial y natural, así como la memoria.

Exhibe obras de dos series distintas -explicita- “una en la qué trabajo las maderas en contraposición con resina que parece savia, con reminiscencia de la naturaleza que se escapa y transforma en una materia inerte, por un lado, y la savia que se escapa, por el otro”.

“Estoy trabajando bastante el concepto de la natural y lo artificial, contrapuntos, dualidades y en el caso de estas obras pequeñas (los troncos) y las más grandes dispuestas como instalación en el piso a las que llamo bioesferas. Mi objetivo es lograr que las personas se sumerjan en los mundos interiores que hay en cada una de las obras en la que sugiero abismos marinos o paraísos perdidos, y lo mismo sucede con las que están en la pared, que remiten a civilizaciones perdidas o terminadas o a bosques que ya no van a existir más”, define. Y sostiene: “Mi apelación continua desde hace muchos años es el tema de la naturaleza, pero lo trabajo desde lo cultural y con materiales completamente artificiales”.

Estas “Biosferas”, realizadas en resina poliéster con luces led y lupas, permiten atisbar los mundos distópicos y profundidades abismales, para descubrir aparentes “abismos vegetales y marinos, micro escenas de ruinas de civilizaciones, especie de paraísos perdidos, elementos intrigantes” cuyo objetivo “es visibilizar y repensar la crisis ecológica”, explica Aranovich.

Y si bien esta materialidad utilizada es una contradicción a esa apelación “ecológica” que propone, este año fue la anfitriona del Encuentro Internacional de Artistas de la Naturaleza del Global Nomadic Art Project (Gnap) en la que participaron artistas de distintos países y tuvo lugar durante abril en el país. Un proyecto artístico que comenzó en Corea del Sur, y al que se acercó luego de una residencia artística en el país asiático, tal como explica en diálogo con Télam.

Por último, están las pinturas de Paula Senderowicz (Buenos Aires, 1973) quien expone “El paraíso se muerde la cola”, un biombo pintado en pandemia con el cual participó en la exposición del Premio Trabucco en 2022 al que fue invitada, con sus paneles y una frase escrita a mano, obligando a la obra a “habitar el espacio”.

“´El paraíso se muerde la cola´ despliega un bosque húmedo, en donde los cambios de temperatura se reflejan en la modulación del color que compone el relato”, describe. “La mirada atenta descubre cuerpos tan perdidos como el paraíso, entregados al erotismo y a la celebración del desconcierto. Lo profano es sacro y viceversa. El tiempo es otro o es el mismo que se va extraviando”, resume Senderowicz.

En su otra pintura que exhibe por primera vez, “Preludio para aguas danzantes” (2021), pintada mientras escuchaba a Debussy, indica que “podría ser la antesala de un cataclismo” ante una “sensación de estar en una dimensión flotante”, donde “el agua desmesurada muta en configuraciones efímeras que el viento golpea en un movimiento desprolijo”, perdurando “el ritmo irresistible del universo”, expresa desde la poética del texto, Senderowicz.

El agua es uno de los elementos en su obra, pero en el paisaje del biombo la pandemia le trajo otra vez la necesidad de incorporar figuras humanas.

“Me di el gusto de volver a dibujar pequeñas figuritas que hace mucho que no hacía, y de citar mis obras favoritas”, explica.

Entre esas citas de la historia del arte están Géricault y sus náufragos, o la representación de otros con jóvenes festejando, las escenas eróticas, y también Gérôme, el artista francés que pintó “los baños, los placeres, y la necesidad de los cuidados”, y como novedad, pinta la imagen de su hija pequeña con su cuidadora.

Se trata de “la idea del paraíso tan idealizado que en ese momento no se sabía dónde quedaba”, una idea que remata con la imagen del desconcierto de un tiempo cíclico donde “se cae la idealización sobre la idea del Paraíso y ya no es el más allá, sino que es un ida y vuelta constante”.

Y sobre los biombos y su fascinación hacia estos objetos que comenzaron en 2011 en sus visitas al Museo de Arte Oriental reflexiona: “Me gusta que la pintura salga, se meta en el espacio, la posibilidad de que sea un objeto de uso que divida ciertos espacios de intimidad, que se pueda recorrer, y también es una cita a la cultura oriental”.

“Paisajes desvelados” podrá visitarse en OdA Oficinas de Arte que funciona en el primer piso de Paraná 759, Ciudad de Buenos Aires, de lunes a viernes de 15 a 19, hasta el 1º de junio.

Fotografías: Agencia de Noticias Télam.