Periodismo conceptual: 11 y 6 ¿Por qué suponemos que los protagonistas son pobres?

Por Reynaldo Claudio Gómez –

Las canciones de Fito Paez han sido agotadas en guitarreadas. Tanto que, a fuerza de repetirlas, paradójicamente, la poesía particular de sus letras se esfumó en el tiempo como el humo cálido de aquellos recodados fogones. Ahora, cuando se cantan, solo se repiten como una lección muda y por eso no retuercen las tripas de los aficionados.

Fito nació en el 63; en el 83 -cuando volvió la democracia- tenía 20 años. La edad suficiente para observar todavía con asombro lo que cotidianamente ocurría en la Gran Ciudad. Él, que llegaba de Rosario, anotó con fruición cada imagen y la convirtió en armonías y palabras, soneto rítmico y romántico que apreció mucho su propia generación y menos las posteriores.

Algo parecido les ocurrió a periodistas previos a la dictadura, que andaban por bares y tugurios en la misma búsqueda de una historia que conmoviera su intimidad, con relatos y secretos de mujeres y hombres perturbados por los ruidos de la urbe; historias para convertirlas en letra de molde en un diario o de alguna revista de pre consultorio, de esas que tanto abundaron.

De todas las canciones de Fito -que por cierto son tantas como variadas- hay una que ofrece recompensa. Es 11 y 6, porque en su época capturó como una fotografía un tiempo en el que las chicas y los chicos pobres en la calle no eran parte del paisaje.

Entonces, había chicas y chicos pobres, cómo no, sobre todo varones. Deambulaban por las mesas de los cafés, pero eran tan pocos que los parroquianos los conocían por sus nombres y algunos de ellos lustraban botas o eran canillitas o simplemente mandaderos de haraganes que no querían levantarse a comprar cigarrillos.

La recompensa de esta canción es, precisamente, su pintura agorera y cierta. Pintura previsora de un momento fundacional, de un instante en el que las cosas empiezan a cambiar, para bien y no tanto.

Años en los que se dijo que con “la democracia se come, se cura y se educa”, pero en los que los dichos se tornaron nada más que dichos. Épocas en que comienzan a evidenciarse la decadencia y la mediocridad como producido lógico de una sociedad a la que la habían arrebatado una generación entera. A la que le faltaron ejemplos nobles y le empezaron a sobrar temores y miserias.

Fue tan colosalmente inhumana la ferocidad de la dictadura que el imaginario colectivo y contemporáneo -que no es el único- que la sobrevive guarda en la memoria los hechos más aberrantes, entre los que resisten, con color de sangre y sin mucho esfuerzo, muertes, desapariciones, secuestros y torturas. Allí también se aloja la punta de un ovillo que teje con hilo de acero las causas de una debacle económica que todavía azota. Aquí y en el continente, azota con la potencia de una tormenta de angustia y también de indiferencia. Llueven gotas frías de imposibles, de cortas ambiciones, de anhelos chiquitos y cuitas personales.

La canción 11 y 6 alimenta un mito de pobreza. La peor pobreza que es la de las chicas y de los chicos, la de los más inocentes, la de los que ni siquiera tuvieron y acaso no tendrán posibilidades de una vida económicamente digna, de una educación básica, de acceso a lo que casi la mitad de la población vive con naturalidad.
Ahora, en esta canción hay un rulo. Un rulo que construyen quienes alcanzan a ver en su detalle semántico algo más que un tema de amor. Se trata de lo que no está dicho, de lo que se sugiere en el concepto.

Dos chicos, uno de once y otra de seis andan por los bares, alguien los registra. La audiencia imagina de esa sola representación una verdad: son pobres. Es que, si no, qué hacen dos criaturas solas en esos lugares, donde la gente supone que no deben andar los pibes por más enamorados que estén. Están solos y por felices que sean, su peor futuro es el que los convertirá en prontos marginales que ya son, aunque guarden un pintoresco andar en libertad.

Fito Paez vio la pobreza en dos pibes. La recordó, la escribió y la legó al provenir. El tiempo, ladrón silencioso, se la llevó, le robó el sentido.

Hoy hay tantos 11 y 6 que no es necesario dar cuenta de ellos. Habrá (señores periodistas, artistas, intelectuales), habrá que pensar en nuevas maneras de contarlos, porque dos siluetas perdidas en la noche y par de rosas no alcanzan ni para empezar una poesía. Quien encuentre la manera de conmover a los demás con la presencia imperceptible de la más modesta humanidad ingenua que duerme bajo las estrellas, esa o ese, habrá creado el periodismo conceptual.