Liliana Pizarro: Sopas

Por Liliana Pizarro –

Nubes espesas nos acompañan en este silencio. Las calles abiertas como un paraguas bajo la lluvia torrencial. Huele a colillas de tabaco humedecidas y atascadas en la alcantarilla. La bruma espesa comienza a levantarse y a adornar las aceras sucias de la ciudad.

El sol se ha escondido al igual que la luna detrás de las nubes. Las estrellas siguen brillando esperando ser descubiertas en esta noche invernal. El frío sigue de pie como la estatua del parque. Todo inmóvil. Quieto y prieto en el minuto que pasa por el reloj de la Iglesia. Ahora suena el campanario, anunciando las 21:30 horas. En este instante los niños y niñas se disponen a tomar la sopa. Atrapados en pijamas de franela reversibles y con pantuflas gigantes con formas de animales, les alzan la voz a sus progenitores. No quieren beber la sopa. Algunos callan y cuentan las flores del mantel mientras esperan el próximo llamado de atención. Otros, sin embargo, cargan la cuchara por la mitad, dejando caer el resto sobre el plato. Así, poco a poco, algo cenan.

La comida sobra en la nevera, sobra en el estante de la despensa, sobra en el carrito del supermercado. Sobra en los almacenes y se tira en los restaurantes, a partir de medianoche.

El tiempo pasa en los hogares y en los desperdicios de comida. El tiempo pasa entre los necesitados y los sobrados de comida. Es el mismo tiempo que algunos atrapan a conciencia y el mismo tiempo que ignora la mayoría. El tiempo no da más oportunidades. Simplemente pasa. En cambio, los ingredientes de la sopa, volverán a nacer cuando llegue la primavera y el verano. El pollo nacerá y crecerá. Las calabazas se reirán de nuevo el 31 de octubre, mientras que el resto de productos viajarán en el mismo transporte por distintos caminos hasta llegar, una vez más, al plato de sopa. Se debatirá a duelo con el pescado de temporada y hará sitio a los granos de arroz.

Los padres beberán la sopa sin gritar a sus hijos. Estos aprenderán a hacer sopa para sus hijos mientras todo permanece inmóvil. El reloj del campanario también. El cura se fue de vacaciones con los ángeles. Nadie ha echado de menos el sonido del reloj del campanario. La estatua del parque sigue tiesa, aunque esta vez, vestida de multicolores por las pintadas de los exaltados protagonistas urbanos.

El tiempo pasa y todo comienza a cambiar lentamente. Las nubes ya no están porque se fueron con el tiempo. El frío se siente y se irá también con el tiempo.