Las posibilidades de lectura en los dispositivos digitales: un debate necesario

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

¿La red nos permite acrecentar nuestras habilidades lectoras para acceder con relativa facilidad a diferentes géneros discursivos, o por el contrario organiza nuestra subjetividad con una potencia unificadora irresistible? Uno de los debates más extensos y estimulantes del siglo XX estuvo ligado a la tensión entre la cultura letrada heredada del siglo XIX  y las nuevas formas de ocio que fueron surgiendo a medida que los medios de comunicación ampliaron la oferta de contenidos. En consecuencia, el libro debió enfrentarse a diversos competidores que, si bien no gozaban de la misma legitimidad, desafiaron los modos establecidos del goce, el pensamiento y la conformación del prestigio social.

Los folletines con sus intrincadas historias fueron para algunas generaciones la primera exposición sostenida a las prácticas lectoras no escolarizadas, y durante décadas fueron uno de los ejemplos más sobresalientes de esta tensión: si bien permitían acercar a los sujetos al campo de las letras, sus bajos recursos estilísticos provocaban la queja de los intelectuales. Las revistas deportivas y de espectáculos, corrían la misma suerte. La única excepción eran las infantiles, dado que se las consideraba propias del estadío de maduración de sus consumidores. Y por lo tanto, se esperaba que contribuyeran a prepararlos para otros textos.  Sin embargo, esa expectativa no podía cifrarse entre los mayores. Por eso la intensa lucha de las bibliotecas, editores y artistas acerca de la necesidad de expandir el acceso del público a los altos valores de la cultura. De alguna forma, más allá del éxito obtenido y de las discusiones que podrían darse en torno a las nociones de la alta, y baja cultura, es sencillo advertir que existía noción positiva acerca de la posibilidad de una evolución. ¿Esa hipótesis sigue vigente? Es cierto que en la red coexisten la filosofía y la autoayuda, la biblia y el calefón, pero la fuerza centrípeta que ha adquirido (debido a la acción  de las grandes comparaciones y de los pequeños habitantes, por supuesto), atrae sobre su centro con feroz ambición a todos los libros o sus pobres sucedáneos. Y entonces se asemeja más a un proceso de unificación bajo las rígidas reglas de la digitalización que hacen de la brevedad su afán más celebrado, que a un espacio que inspira a la exploración y  al esfuerzo intelectual. Las pantallas junto a las interfaces han ido tramando un pacto de lectura del cual es complicado librarse. Al respecto,  Beatriz Sarlo, en “la Intimidad pública”  señala que “cualquier tipo de lectura no es apropiada a cualquier texto. Las ojeadas rápidas para enterarse de algunas noticias en la web son desoladoras si el texto presenta dificultades equivalentes a la primera estrofa del Martín Fierro”.

Hay quienes rechazan ese postulado y suponen que leer es una actividad que puede analizarse de forma independiente de los textos elegidos. Muchos integrados a la lectura transmedia asumen, con indudable afán de notoriedad, que leer Twitter es homologable a la Divina Comedia.  Tamaña complacencia exige un debate, la cuestión es si las condiciones contemporáneas permiten generarlo.