Las encuestas son ejercicios mediáticos para científicos sociales

Profesor Por Dr. Luis Sujatovich* –

Las diferencias entre las previsiones que ofrecen las encuestadoras y los resultados en los comicios han dejado de sorprender, tanta es la diferencia que bien podríamos pensar que se hacen por gusto, por costumbre, pero que no poseen más que una versión posible de la voluntad popular. Las cifras que ofrecen se asemejan más a la voluntad de quien las contrata que a las expectativas de los votantes.

Las explicaciones que se brindan para dar cuenta de los errores suelen enfocarse en los aspectos metodológicos o, fundamentalmente, en la volatilidad del humor popular. Casi como si estuvieran alegando que la gente cambia tanto de opinión que no hay forma de cercarla en un guarismo, es evidente que resulta más sencillo hallar un culpable entre los demás que aceptar la caducidad de un procedimiento que ya no intriga ni seduce a la comunidad.

Durante el siglo XX las encuestadoras pudieron gozar de cierto prestigio gracias al desarrollo de la sociología y las ciencias políticas, sus elucubraciones y sus resultados fascinaban por igual a publicistas, empresarios, políticos y a la sociedad en general. Sin embargo, desde el apogeo de Internet, la situación de encuesta no para de perder interés, ¿o acaso no disponemos, a diario, de oportunidades de participar? Atrás ha quedado la solemnidad de estar involucrado en una investigación, nadie supone que las opciones elegidas configuran un compromiso ético o cívico, apenas si dan cuenta de una predilección que puede cambiar sin que el sujeto quede dañado por su contradicción.

Los científicos sociales suponen que cada persona pone en sus decisiones cotidianas toda su racionalidad y me pregunto si ellos lo hacen en sus investigaciones. Optar por un candidato en una interrogación callejera o mediada por tecnologías no debería considerarse con mayor interés que la elección de una marca de cerveza (¿alguien siente que traiciona si toma una diferente a la que bebió ayer?), porque el sujeto en cuestión sabe perfectamente que allí no sucede nada si da una u otra respuesta. La exposición a una encuesta no tiene ninguna repercusión en la decisión que tome una persona en el cuarto oscuro, no es una continuidad, sino que son asumidas como instancias que guardan una débil relación. Mediatizar una opinión no exige su revalidación en las urnas, sucede lo mismo que con los medios y la realidad: parecen semejantes, pero siempre hay diferencias importantes.

También resulta necesario indicar que las especulaciones acerca del voto que debería tener cada sector socioeconómico, están basadas en una operación intelectual que más tiene de algoritmo que de empatía.  La pura racionalidad que busca identificar un orden ideológico que se traduce en simpatías políticas, es un ejercicio artificial pero tan añejo que se supone real, cierto, contrastable. Y opera con tanta legitimidad esa construcción, que cuando sus expectativas no son satisfechas, no temen en señalar que en el pueblo posee una falta total de perspicacia para elegir un gobernante.

Las encuestas parten de las noticias para elaborar sus pronósticos, omitiendo que las personas votan desde su experiencia. El hiato entre ambos es un problema epistemológico.

*Investigador – Profesor Universitario – UDE – Universidad Siglo 21 –

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