La tecnología nos ha quitado el peso (y la seguridad) de las verdades únicas

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

La red permite a sus habitantes el acceso a tan variadas aplicaciones que cualquier versión de hecho puede enunciarse como la verdad. La posibilidad de editar fotos, documentos, videos y textos pone en riesgo toda forma de credibilidad, respeto y acción colectiva organizada. Porque sin verdades, es decir, sin la aceptación de una versión  sobre un hecho que se asuma como real resulta muy dificultoso amalgamar una sociedad. No es casual, por lo tanto, que junto con el desarrollo de la tecnología digital se haya suscitado el mayor desencanto al que hemos asistido acerca de  los relatos unificadores. Ni las religiones, ni los Estados, ni los partidos políticos, ni las culturas (ni siquiera las familias) pueden afrontar tamaño escepticismo. La verdad es una palabra muy utilizada, pero que dice cada vez menos. ¿O acaso no la empleamos varias  veces al día para tratar de hacer creíble aquello que decimos? En el esfuerzo por otorgarle credibilidad estamos aludiendo a una idea común en plena circulación: ante tantas formas de transformar cualquier versión en verdad, la realidad se hace tan manipulable que hasta lo obvio se debe reforzar.

La correspondencia entre un entramado tecnológico que no cesa de expandirse  (tal vez se trate de la única promesa que todos acabamos por aceptar) y una sociedad en pleno proceso de cambio de paradigma, dado que la modernidad ha cesado  (a pesar de todos los intentos por mantenerla viva: basta dialogar con la juventud para convencerse) nos deja en una posición muy incómoda: hay tantas verdades como sujetos capaces de enunciarlas y a la vez ninguna cobra el mínimo valor para poder postularse por un mínimo plazo que garantice estabilidad, estar perplejos es un acto de cordura. O el recurso más pobre al que podemos recurrir quienes estamos en el trance. A veces considero que somos como los billetes viejos, algunos siguen siendo de utilidad, pero los nuevos están ocupando cada vez más y mejores espacios. Las verdades que podemos comprar valen menos que las mentiras más recientes.

La incredulidad extrema, ¿nos conducirá a una sociedad más lúcida? Sin ninguna certeza, sin ficciones transmitidas como deseos de verdad, como búsqueda, como promesas tras las cuales el tiempo parece bien empleado, ¿estaremos frente a una condición superadora del ser humano? Si los perjuicios de los engaños nos han traído hasta aquí, no es menos preocupante la incertidumbre que nos embarga. Si no creemos en la magia que nos aguarda en la cima de la montaña, no sólo no haremos el esfuerzo de subirla, sino que acabaremos dudando de su existencia. Y no faltará quienes repliquen nuestra desconfianza y la vuelvan creíble. Las verdades no sirven tanto porque aquello que dicen, sino más bien por lo que son capaces de generar en nosotros. A veces para salvar vidas, muchas para extinguirlas. La tecnología nos ha quitado el peso (y la seguridad)  de las verdades únicas,  aún no podemos saber si su ausencia nos ayudará a sobrellevar  la condena de ser libres, como escribió Sartre.