El dulce intento de descifrar el sentido de un texto literario

Por R. Claudio Gómez

Opinó Ricardo Piglia que más importante que Dante es el poeta que inventó el soneto, el estilo literario en el que está escrita La Divina Comedia, obra cumbre de la literatura universal. Aunque no sin polémica, la autoría del soneto tradicional se atribuye a Jacopo o Giacomo da Lentini, notario del emperador Federico II durante el siglo XII.

Según la apreciación del autor de El camino de Ida, la relevancia de la forma es más o tan contundente como las obras que posteriores artistas construyen bajo su influjo. Las estrellas y otros astros se ven maravillosos porque alguien figuró el cielo. Es posible que así sea. Máxime en el mundo de las letras, ese universo donde manda la disociación, como magnífico fenómeno, entre lo que se dice y lo que el lector entiende.

Vale recordar ahora un fragmento de la carta que Bartolomé Mitre le dirigió a José Hernández en 1879 a propósito del Martín Fierro: “Hidalgo será siempre su Homero, porque fue el primero”. La referencia de Mitre posiciona a Hernández como heredero de Bartolomé Hidalgo, pionero en la consecución de un género único y local: la poesía gauchesca. Mitre pensó que el Martín Fierro solo puede existir porque alguien elaboró una forma en la que encajó perfectamente, divinamente.

Hoy, 26 de julio, se cumple el aniversario del fallecimiento de otro inventor: Roberto Arlt, quien murió en una jornada como esta, joven, con fragorosos 42 años. Había nacido el 2 de abril del 1900.

Más allá de su anhelo por ser un inventor tradicional, de esos que por aquellos años no escatimaban esfuerzos mentales y materiales por concebir una idea o un instrumento que los “salvara” económicamente, Arlt fue (por causa o por consecuencia de su propia vida) el creador de una narrativa difícil de encasillar en los cánones tradicionales de la literatura, pero claramente original y difícilmente imitable.

Inventó una forma de contar la existencia desde los padecimientos mundanos. Y lo hizo con tal potencia que, en rigor, su manera de narrar resultó tan innovadora como imposible de soslayar.

Se trata de la obra de un hombre común que encuentra en su camino un puño vibrante para nombrar la mundanidad, mientras busca patentar el Sistema de Galvanización de Medias, proceso con el que intentó evitar que los frágiles calcetines se rasgaran.

Personajes de sus diferentes novelas como, Silvio Astier, Erdosain o Pascual Naccaratti no actúan diferente del autor que los pergeñó. Todos ellos persiguen el sueño de la invención.

Así, literatura y experiencia se mezclan como naipes que solo el azar sabrá ordenar. La lectura no es otra cosa que buscar un sentido a la baraja desparramada sobre la mesa de hule.

Y es precisamente allí donde reside el placer de intentar decodificar, con arte sensible o con lógica, la inasible autoridad de la palabra. No hay nada difícil en esa práctica. Los gramáticos han procurado asustar a los lectores curiosos con oscuros galimatías. Pero siempre hay una literatura primera que nos alienta a la aventura. Siempre habrá un inventor atareado en convertirse en anfitrión y compañero de experiencias. Leer es tan fácil como abrir el libro: solo se necesita un poquito de voluntad y muchas ganas de descubrir la trama secreta de la imaginación.

Vaya, para los jóvenes y para quienes pretendan iniciar el camino de la lectura, esta semblanza, precisamente de Roberto Arlt: “El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un cross a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y que ‘los eunucos bufen’”.