La red, los filtros y la realidad: una articulación que requiere salir de la rutina

Profesor Dr. Luis Sijatovich – UNQ – UDE –

Una de las limitaciones más frecuentes pero menos conocidas de la red está ligada al comportamiento predictivo que generan nuestras elecciones, gracias a ellas los diferentes espacios dominantes (me refiero a la temible dupla Google-Facebook) seleccionan los datos, contenidos y productos que tendremos a disposición. Es cierto que no parece una novedad, dado que a diario comprobamos que podemos diseñar un espacio digital a medida de nuestras inclinaciones. Sin embargo, el sesgo es aún más profundo. La acción incontrolada de los algoritmos y la falta de esclarecimiento al respecto, han generado que, por ejemplo, una misma pregunta pueda ofrecer diferentes respuestas, según quien la haya formulado.

 La exacerbación de la subjetividad no influye  sólo en la relación del “rulo” sobre sí mismo, en esa recursiva tendencia hacia lo propio, en caer una y otra vez en el personaje de los hermanos Grimm, cuando le preguntaba al espejo quién era la más bonita del reino.  Hay un dimensión más compleja: la información que nos brinda sobre acontecimientos (sociales, económicos, políticos, etc.) también pasan por el mismo procedimiento de distinción. Al respecto Pariser, en su libro, “El filtro burbuja” expone los mecanismos ocultos que utilizan los buscadores para construir los acontecimientos según las diferentes demandas. Es como un gran repartidor de interpretaciones prefabricadas que sólo intentan acentuar el modo de pensar de cada uno. Es cierto que no es una actividad que se realice sin nuestro consentimiento, y que si salimos de la red tendremos variadas ocasiones de comprobar su verosimilitud. Sin embargo, el efecto se logra porque ambas actividades están perimidas. El contexto digital ha cobrado tanta fuerza que su sustancia impregna incluso los ámbitos más alejados. Ni siquiera quienes padecen la brecha digital pueden sentir que están exentos de sus consecuencias. Acaso sólo tarden más en experimentarlas.

La investigación publicada en 2011 tiene el mérito de articular una prominente lista interrogaciones y consignas que ponen en tensión la comodidad que hemos sabido crear en base a los atajos y lecturas fragmentadas e impacientes que solemos efectuar. Una de ellas es la siguiente “El problema político más serio que plantean los filtros burbuja es que  hacen que cada vez sea más arduo mantener una discusión política”. No hay dudas de eso, ¿no es cierto? Si al recorte a medida de nuestras opiniones,  que a cada instante nos proponen, le adicionamos la preeminencia de las emociones (en su peor manifestación) no es difícil colegir que los debates respetuosos son una anomalía. Algún día podremos advertir las consecuencias de cimentar la subjetividad de varias generaciones con realidades que no provoquen asombro, zozobra, inquietud. ¿Cómo reaccionará la juventud en el futuro cuando se enteren que en el pasado se aceptaba esta forma de conocer pasivamente  y de ignorar activamente aquello que denominamos realidad?

La pregunta más estremecedora del libro no está relacionada con la política, la historia o la economía. Es simple y a la vez contundente: ¿qué ocurre cuando Internet piensa que eres tonto? ¿Acaso estamos seguros que eso no nos está ocurriendo?