Dr. Kuis Sujatovich – UNQ – UDE –
Una de las conclusiones que ya se puede recoger acerca de la pandemia es que la biología ha acelerado la transición tecnológica, como afirma Carrión en su reciente libro “Lo viral”. La experiencia pone en evidencia que ya no es factible continuar ofreciendo solvencia explicativa al paradigma del determinismo tecnológico. Raymond Williams lo sintetizaba de la siguiente forma: “la investigación y el desarrollo se generan a sí mismos. Las nuevas tecnologías se inventan en una esfera independiente y luego crean nuevas sociedades y nuevas condiciones humanas”. Como era de suponer esta definición suscitó grandes controversias. No hay teoría que no tenga su oposición en las Ciencias Sociales. Hasta no hace mucho tiempo, era frecuente hallar acérrimos detractores de su posicionamiento. Sin embargo, la pandemia también cambió esa actitud.
La incorporación en grandes sectores de la sociedad del trabajo remoto y de la educación en línea (incluso para los niveles inicial, primario y secundario) y todas las variantes de gestión de trámites, actividades comerciales y culturales en la red permitió experimentar -como pocas veces sucede en la historia – la capacidad y pertinencia explicativa de un concepto de forma contemporánea. Estamos asistiendo (pero debería decir protagonizando) a la comprobación más multitudinaria, simultánea y original acerca de la reciprocidad entre ambos. Las condiciones para la proliferación de prácticas a distancia estaban dadas hace varios años, pero no fue hasta que se decretaron las diferentes cuarentenas que se advirtió de sus potencialidades. Se trata, es cierto, de un ejemplo algo forzado por las circunstancias. Pero no es el único.
La acelerada transformación de los celulares constituye una inobjetable demostración: si hacemos un recorrido desde los inicios de los ’80 hasta el 2006, observamos un rápido avance desde un aparato que sólo podía hacer llamadas y agendar algunos números hacia un equipo más potente, de menor peso y costo. Había una lógica intrínseca evidente: para hacerlo accesible y funcional era indispensable reducirlo y extender su tiempo de utilidad. Sin embargo, hacia finales del 2010 la mayoría de los nuevos equipos – en busca de captar la atención de los consumidores – agradaban sus pantallas y rompían con la tendencia que parecía marcar un destino que estaba signado por la extrema pequeñez de los dispositivos. ¿Qué sucedió? Aquí tendríamos dos respuestas: las grandes empresas nos vendieron sus nuevos productos cuando lo consideraron conveniente; las apropiaciones por parte de los usuarios (que hallaron en él algunos juegos, posibilidades de reproducir música e incluso como una linterna) incidieron de forma sensible en la configuración de las funciones y aplicaciones de los nuevos teléfonos, tanto fue así que diluyeron su sentido primigenio y se convirtieron en pequeñas computadoras portátiles. El resto de la historia no hace falta reseñarla, basta con observar nuestra cotidianeidad.
Nadie niega la importancia de la industria ni tampoco se trata de dudar de la lógica capitalista del mercado, sino de señalar con el mismo énfasis que detrás de cada uno de ellos está la gente, como dice la vieja canción de Serrat.