La niña del mar

Por Guillermo Cavia –

¿En qué caminos ha de estar la verdad? ¿Cómo buscar los tiempos exactos para encontrarlos? Desde la maravillosa perfección de una noche estrellada  hasta el nacimiento de la vida suele suceder que a veces somos sorprendidos por hechos cotidianos y creo que es justamente allí cuando damos de cara con la verdad.

Conocí a Luis Poreccio, un inmigrante que vino de Italia, su padre era Genovés y su madre Rumana, por lo que tenía una apariencia de hombre robusto y una aguda inteligencia griega con sabor latina.

Había nacido en abril del año 1868, estudiado en un colegio de la ciudad de Roma y luego en otro del sur de Francia. Mas tarde vivió en España y después de la muerte de su padre y con tan solo 28 años decidió venir a América del Sur, a Argentina, atraído por su espíritu de aventura y el sueño de su progenitor.

Nos hicimos amigos de casualidad, vivía yo en una ciudad del interior del país y él llegó en una mañana en busca de gente para iniciar algún trabajo del tipo periodístico. En principio Luis Poreccio encontró apoyo en gran cantidad de personalidades y así inició un semanario en cuya editorial se trataban casi siempre problemas limítrofes de Argentina con países vecinos, principalmente con Chile por la Patagonia. En este sentido el semanario había marcado una fuerte oposición al arbitraje de la Reina Victoria de Gran Bretaña en uno de los diferendos y siempre se tenía presente el arbitraje del presidente Cleveland de los Estados Unidos, a favor de Brasil por la frontera con Misiones.

A pesar de mis 14 años trabajé para Poreccio a quien llamé luego Tano Luis. Mi tarea era la de llevar a la calle las ediciones y durante la semana era aprendiz en la redacción y en el taller.

Años después en la presidencia de Figueroa Alcorta se dieron hechos de violencia en Buenos Aires, introducidos por agitadores italianos, por lo que Poreccio fue acusado de anarquista y así debió de poner punto final al semanario.

Puedo decir que mi adolescencia comenzó al lado del Tano Luis, él me cuidó siempre como un padre. Me enseñó a hablar en Italiano y algunas palabras útiles para enamorar mujeres francesas. Me contó del nuevo mundo, supe de la miseria y la opulencia. Con él tuve charlas eternas y conocí relatos fantásticos, me gustaba pasar las horas escuchando sus historias y contando a veces las mías, ese era un deleite que nos dábamos de tanto en tanto.

Así una vez me contó de una niña de cabellos largos, la niña especial que había conocido en su viaje a América. Recuerdo esto porque estoy sorprendido, pues me he topado cara a cara con la verdad.

Siempre contaba el Tano Luis que, en aquel viaje, una tarde, caminando por la cubierta del barco encontró a una pequeña niña apoyada en la baranda de contención. A través de las barras miraba el horizonte solo de agua y cielo, tenía en la expresión de sus ojos la fascinación. Navegaban el Atlántico y el sol y la brisa calma daban una sensación de quietud de tiempo y espacio. Se acercó a la niña sin decirle algo. Contempló al igual que ella toda esa inmensidad que era tan infinita, tan interminable. Decía que el momento lo había rodeado de tal paz que pensó estar mirando hacia algún lugar junto a la hija del mar. Ella bajo su silencio ni siquiera se movió ante la llegada de él. Después de un tiempo que pareció prudencial tano Luis habló sin mirarla, como si hiciera un comentario al aire del mar.
– ¡Cansa tanto no ver tierra y viajar durante tantas noches y días!Ella no le contestó, lo miró y él advirtió que lo había mirado, entonces al volverse hacia la niña también pudo notar la humedad en sus ojos. Había estado llorando.-Estás muy triste –le dijo.-Sí, estoy muy triste –respondió ella con absoluta certeza.-¡Entiendo! –Intentó consolarla el Tano Luis- Estar lejos de tu casa durante algún tiempo. Empezar a extrañar, ¿verdad?-No. Extraño el mar –aseguró-. Y después quedaron en silencio nuevamente.

 Mi amigo contaba que en ese momento la chiquilla lo cautivó por algún extraño secreto. Y que la brisa dejó de estar tan calma, mientras que un viento nuevo se enredó en el cabello de ella y mostró a la luz del sol, quemado en rojo, todo el color de castañas y de oro. Tano Luis se arrodilló y la abrazó para decirle que no podía extrañar el mar porque estaban navegando en él.-Estamos sobre el mar –le respondió ella- pero ha dicho mi madre que pronto vamos a llegar, entonces sé que no voy a poder verlo todos los días.

Tano Luis se incorporó y la elevó en brazos, le secó las lágrimas con un pañuelo bordado en hilo azul y después los dos se perdieron mirando en el agua la belleza del cristal claro de verde y sal. Luego él le contó un secreto, le dijo que cuando sus proyectos fueran cumplidos en América pensaba terminar sus días cerca del mar, no importaba en qué orilla, solo quería estar en el mar. Ella también le contó un secreto, le dijo que quería vivir en el mar.

Durante el escaso tiempo que faltaba para llegar a Argentina vio a la niña unas cuantas veces. Ella le contó más secretos y él en papel le dibujo rosas y aventuras. A veces se quedaron viendo el mar y Tano Luis decía que los vientos con ella en proa variaban en dirección e intensidad.

Cuando el barco vapor “Regina Margherita” desembarcó en la ciudad de La Plata el 22 de agosto de 1896, nunca más volvió a ver a la niña ni supo de ella.

Esta historia era la que más me agradaba de todas las que solía contar Luis. Acaso porque tenía algo de magia y de misterio.Luego de lo sucedido con el semanario y después de emprender más de un proyecto y de trabajar demasiado, Tano Luis decidió marcharse. Al saberlo, sentí ese vacío que suele invadir y apoderarse del alma. Comprendí que no vería frecuentemente a este latino de sueños incansables, de imágenes mundanas, de valores inalterables. Percibí la impresión de perder una vez más a mi padre, porque sabía que las distancias y los tiempos harían lo suyo y que la despedida era para siempre.

Antes de partir extrajo un pañuelo bordado en hilo azul y me lo regaló diciendo:-Te lo obsequio porque en él tengo un querido y fuerte recuerdo-. Después se marchó.

Hoy 26 de octubre de 1938 los diarios no difundieron la noticia de Luis Poreccio y de su muerte ayer, a los 70 años en una playa cercana a la ciudad de Miramar. Sí mencionaron la muerte de Carolina Alfonsina Storni, una poetiza que había nacido en Sala- Capriasca, Cantón Ticino en la Suiza Italiana y que llegó al puerto de La Plata siendo tan solo una niña de 4 años, el 22 de agosto de 1896 a bordo del Piróscafo Regina Margherita.

Del libro “Hinojo entre cuentos”.