La inagotable voracidad de la subjetividad contemporánea

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

La controversia en torno a la legitimidad de las subjetividades en pugna conforma, probablemente, una de las cuestiones que más se abordan en los estudios sobre la cultura contemporánea. No menos cierto es que en todas las épocas han convivido sectores de la sociedad que se han caracterizado por sus discrepancias, pero tal vez, con menos fricciones. La distancia que separa a las nuevas generaciones de sus mayores es tal que todas las antecesoras parecen estar agrupadas, dado que guardan más relación entre sí que todas ellas con la actual.

La mirada moderna ha quedado atrapada en los artefactos y en las expectativas que le dieron origen. El diario, las novelas, los largometrajes, los discos y el afán de aglutinar una sociedad bajo un territorio, una bandera, un lenguaje y una historia común conforman no sólo el fundamento sino también los límites simbólicos de su capacidad explicativa de la realidad. La red, sus dispositivos, sus formas discursivas y su escasa referencia territorial, nos han dejado mirando hacia atrás aunque nos esforcemos en encontrar el horizonte.

La peor consecuencia del envejecimiento es la soledad. Nos hemos quedado sin interlocutores, porque somos el pasado y, por definición, deberíamos tener algún sitio, aunque sea residual, en el presente sin embargo nos parece inteligible. Cuando parece que nos hemos acomodado a un nuevo hábito, y estamos reconfortados porque hallamos un signo que se asemeja a otro que conocemos, deviene la rutilante fugacidad que nos revela nuestras conductas analógicas. Con las tecnologías digitales nos sucede como con las estrellas en el universo: estamos tan lejos que sólo vemos su pretérita imagen. Un sombra lumínica que nos indica que estamos detrás, imposibilitados de acceder a descifrar su sentido.

A nosotros las pantallas sólo nos dicen lo mismo que los textos, pero en otro formato. Por eso la velocidad nos incomoda, nos aturde, nos abruma: leemos con la parsimonia que nos permite una página. Necesitamos asir las ideas, los sentimientos, los sueños, las pasiones, ¿o no es para eso que se inventaron los libros y las bibliotecas? No hay poder de abstracción que pueda verse eximido del ritual de la tinta y el papel, no importa de qué lado del texto nos toque estar, siempre tendremos la oportunidad de frecuentarlo bajo nuestras reglas. En cambio en la red, no hay oportunidad para estar sólo con un material: siempre hay muchos conectados. Y el goce no se cifra en la fortuita circunstancia en que una idea, un sentimiento, un recuerdo se cruce con nosotros en un párrafo, sino que la acumulación, la intensidad, el brillo y la multiplicidad de estímulos representan el mejor de los escenarios.

La promesa de una secuencia infinita les resulta tan excitante que todo lo material les resulta caduco, estéril y marcadamente ingrato.  Tamaña voracidad no puede ser alimentada sino por la totalidad, o al menos, por la infatigable pretensión de poseerla.

La subjetividad contemporánea, al igual que la Grecia antigua, se tutea con los dioses.

Quizás en esta ocasión, prevalezcan los antes fueron derrotados.