Por Dr. Luis Sujatovich* –
La irrupción de la inteligencia artificial inquieta menos por sus capacidades técnicas que por lo que revela. Más que inaugurar una época nueva, la IA expone fisuras profundas en las promesas sobre las que se edificó la Modernidad: la idea de un sujeto autónomo, una verdad estable, un trabajo como fuente de realización y un orden político plenamente soberano. El desconcierto actual no proviene de la tecnología en sí, sino del espejo que nos coloca delante.
La originalidad como mito
Durante siglos se sostuvo la figura del Autor como origen único y excepcional de la obra. La creatividad se pensó como un rasgo individual, casi sagrado. La llegada de modelos capaces de escribir poemas, relatos o ensayos “en el estilo de” grandes autores desarmó ese relato. No porque las máquinas sean creativas en sentido estricto, sino porque dejan al descubierto algo incómodo: gran parte de la producción cultural siempre funcionó por recombinación, imitación y variación. La diferencia es que ahora ese proceso ocurre a una velocidad inédita.
De la verdad a la hiperrealidad algorítmica
La Modernidad confió en la posibilidad de una verdad objetiva, verificable y progresiva. Sin embargo, los sistemas generativos producen textos, imágenes y videos tan verosímiles que la distinción entre lo real y lo falso pierde eficacia práctica. No hablamos solo de “posverdad”, sino de un régimen de hiperrealidad en el que las representaciones no remiten a un original, sino que circulan y funcionan por sí mismas. El criterio deja de ser la correspondencia con lo real y pasa a ser la utilidad, la plausibilidad o el impacto.
El yo cartesiano
Otro de los pilares modernos fue la idea de un individuo racional, consciente de sus decisiones y dueño de su voluntad. Hoy, algoritmos publicitarios anticipan consumos, sistemas de recomendación orientan elecciones afectivas y aplicaciones terapéuticas simulan escucha y contención emocional. El sujeto se descubre menos libre y más predecible de lo que suponía. La tecnología no nos deshumaniza; simplemente desnuda la lógica predictiva que siempre estuvo ahí.
El sentido como problema humano
No se trata de oponer humanos y máquinas ni de idealizar un pasado que nunca fue tan estable como se recuerda. El desafío consiste en reconocer que vivimos con instituciones y categorías modernas en un entorno claramente posmoderno, y que ese desajuste explica buena parte de la ansiedad contemporánea.
La IA no inaugura la condición posmoderna, pero la convierte en una experiencia concreta: acelera procesos, desarma certezas y vuelve visibles tensiones que antes eran teóricas. Puede recordar todo, pero no comprender. Puede generar opciones, pero no decidir cuál tiene sentido. Puede procesar datos, pero no construir significado.
Es precisamente en esa limitación fundamental de la máquina donde aparece una tarea humana insustituible: preguntar mejor, contextualizar, jerarquizar, conectar y asumir responsabilidad por las decisiones. La inteligencia artificial no clausura lo humano: lo redefine y lo exige con más intensidad que nunca. Y en ese movimiento, obliga a revisar con honestidad muchas de las certezas que dábamos por indiscutibles.
*Docente e investigador – Colaboración para En Provincia.
Fuente de la imagen: creada con IA Gemini