La escuela fuera del algoritmo

Profesor Por Dr. Luis Sujatovich* 

En los últimos años se hizo más evidente la distancia entre la cultura escolar y la cultura digital. Aunque se han comenzado a incorporar nuevas prácticas y tecnologías, buena parte de sus dinámicas cotidianas todavía se organiza alrededor de métodos y soportes tradicionales. Mientras tanto, gran parte del aprendizaje informal se despliega en plataformas como TikTok, en memes y videojuegos. No se trata de una cuestión de moda ni de dispositivos: es la aparición de nuevos códigos culturales sobre qué vale como conocimiento.

Celebrar todo también es una forma de renunciar

Ante la dificultad de comprender el universo cultural juvenil, algunos docentes eligen una salida que parece conciliadora: validar sin matices los consumos digitales. Este “paternalismo invertido” consiste en aceptar esas prácticas sin cuestionarlas, como forma de evitar el conflicto y acercarse simbólicamente.

El problema es que la falta de entendimiento persiste y, además, la escuela renuncia a intervenir en los valores y significados que circulan en esos espacios. Esa ausencia no es neutral: deja a los adolescentes sin el acompañamiento adulto, no como control, sino como oportunidad de diálogo crítico. Cuando todo se celebra sin reflexión, se pierde la chance de enseñar a mirar lo que se consume y construir criterios propios. El resultado: jóvenes que se creen autónomos, pero quedan expuestos a algoritmos que deciden por ellos.

Lejos del scroll: tiempo, atención y preguntas

La tensión entre la tradición escolar y la cultura digital no se resuelve con ajustes superficiales: requiere un pacto pedagógico que recupere la conversación perdida. No se trata de imitar tendencias, sino de reconocer la cultura digital como un territorio legítimo para el análisis y la crítica. Al mismo tiempo, implica acompañar a los jóvenes para que comprendan cómo operan sus entornos y forjen sus propios criterios.

La aceleración digital y la irrupción de la inteligencia artificial están redefiniendo qué significa saber y aprender. El reto no es menor: que la escuela construya experiencias capaces de dialogar con estas lógicas sin perder densidad crítica, y que los jóvenes acepten una conversación donde su cultura sea relevante, pero no exclusiva.

Las preguntas cambian: ¿tiene hoy la escuela secundaria algo verdaderamente irremplazable que ofrecer en un mundo donde casi todo puede buscarse en segundos?¿Podrán los estudiantes reconocer valor en un espacio que les propone pensar más allá de la inmediatez? Responder estas preguntas no es un gesto retórico: implica reconocer que la escuela debe delimitar con claridad qué puede aportar sin quedar subsumida en la lógica digital.

Un espacio para lo que no cabe en el algoritmo

El debate ya no consiste en decidir qué formatos digitales deben ingresar al aula, sino en preguntarse qué puede ofrecer la escuela que los algoritmos no proporcionan: tiempo para elaborar ideas, preguntas que incomodan y espacios donde pensar no sea un lujo. En un contexto donde casi todo se obtiene en segundos y se consume sin pausa, la secundaria necesita recuperar su función intelectual. Su tarea no es acompañar la aceleración, sino crear las condiciones para que los jóvenes descifren las lógicas que organizan sus entornos culturales, interroguen los incentivos que los sostienen y amplíen sus márgenes de autonomía.

*Docente e investigador – Colaboración para En Provincia.

Fuente de la imagen:https://www.topia.com.ar/articulos/adolescencia-frente-nuevas-tecnologias-herramienta-droga-o-escudo-proteccion