El mérito no es una propiedad privada

Profesor Por Dr. Luis Sujatovich* –

Quien haya pasado más de diez minutos en la red ha tenido que toparse con las famosas (y lamentables) frases denominadas inspiradoras, que reducen su mensaje al individuo y a sus posibilidades de acción. La certeza de que “el mundo depende de vos” opera con total descaro, estableciendo una vinculación entre cada persona y sus circunstancias que elimina conflictos, geografías y clases sociales.

La operación discursiva (y entonces política) no es inocente y su éxito no debe confundirnos, no se trata de una falsa conciencia que nos oprime y nos desvía de nuestros intereses, sino que son esos intereses los que coadyuvan para que adoptemos, conscientes y felices, esa dirección. Es posible suponer que existiría un consenso – con fluctuaciones y matices, por supuesto – acerca de que el éxito (material, simbólico y también erótico) sólo se obtiene en la labor solitaria, en la acción que prescinde del resto, o que los asume como obstáculos y no como oportunidades, como promesas, como esperanzas.

Los cursos de liderazgo refrendan con absoluta legitimidad la búsqueda de la autosatisfacción, de la plenitud en singular, del aseo sublime del ego. El otro no existe porque busco reconocerlo para darme sentido y para construir comunidad, sino para mis fines. Aparece entonces, aparece sesgado o dos roles: enemigo o súbdito. Ambos son necesarios, ya sea para tener contrincantes o para que puedan valorar el triunfo obtenido, su rol es subsidiario de los deseos del sujeto dominante. Son quienes asisten o entorpecen el camino del héroe. Por eso hay que prepararse, incorporar estrategias, formar el carácter y competir para triunfar. Es un síntoma social insoslayable que no existan, excepto en carreras universitarias específicas, alternativas para aprender a desempeñarse dentro de un grupo, a construir comunidad, a fusionarse en el colectivo, a cifrar en la sociedad una ilusión compartida.

¿Será que los mensajes subliman la voluntad individual de poder? Al posicionarse como un consumo cultural y no como un acto político, partidario, militante, pueden expandirse sin temor a que sean descubiertos, ¿o acaso no se trata de una búsqueda de incentivar el amor propio y la búsqueda de conquistar los anhelos de cada persona?  Los objetos de la cultura contemporánea, para quien se toma la molestia de abordarlos, tienen una virtud solapada, escurridiza, latente pero muy productiva: dicen sobre la sociedad más que los propios sujetos, como sucede con los sueños en el psicoanálisis.

Steve Jonhson en su libro “Las buenas ideas” sostiene que las ideas llegan a los cafés antes que a los laboratorios, a los barrios céntricos antes que a las casas aisladas y a las salas de reunión antes que a los despachos del último piso. Ya que hemos agotado los argumentos para romper con la unicidad de nuestra cultural (acaso como un legado de las religiones monoteístas) y la solidaridad queda resumida a las colectas, quizás sea un motivo válido reconocer que, incluso quienes lograr destacarse, mucho le deben al contexto, es decir, a los demás. Ninguna idea nació sin tomar prestado algo a alguien, pero nuestro espíritu burgués prefiere considerar que el mérito también es una propiedad privada.

*Profesor Universitario – UDE – Universidad Siglo 21 –

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