El hombre que fue al mar unos meses antes de los 100

La historia de vida de Américo Smith siempre ha brillado. Durante su niñez en el campo, en las calles de tierra de su tiempo adolescente, en la bicicleta llevando el tarro lechero para la entrega puerta a puerta. En la atención del locutorio, en la construcción de un museo. Siempre hay un común denominador en su andar, es que todos lo recuerdan con una sonrisa, noble, generoso, correcto, honrado, elegante y con horario inglés, distinción de su apellido.

Hace unos meses en el fogón del club Reconquista de La Plata se dispusieron mesas largas con manteles distinguidos, platos, cubiertos, vasos, bebidas. Había globos que se sostenían de las paredes y se podían ver dos inmensas tortas formando el número 99. Américo ocupaba una de las mesas, rodeado por los afectos de la Capital Provincial, allí algunas amigas disputaban la cercanía de las sillas para poder sentarse a su lado, en la misma mesa estaba su peluquero, había compañeros, vecinos, su hijo, su nieta, sobrinas y sobrinos. También el lugar recibía a los familiares que viajaron desde Hinojo, como los que lo hicieron desde Capital Federal. Mucha gente que lo quiere y que sabe que Américo es parte de todos y a la vez un ejemplo que se puede ver y sentir.

Hace casi 10 años que vive en La Plata, contra los 90 que vivió en Hinojo, un pueblo del partido de Olavarría, exactamente en el centro geográfico de la Provincia de Buenos Aires. Pero en ambos lados supo tener amigos que lo quieren y lo admiran. Su memoria no carece de recuerdos, tiene los más alejados y los más cercanos. No es azar que entre sus anécdotas, pueda recitar la poesía que su señorita de la escuela primaria le hizo por ser tan buen alumno. Ni tampoco es casualidad que sepa lo que se votó en todas las elecciones, porque en cada una de ellas él fue a emitir su voto, como todos los ciudadanos habilitados, pero además exigió la foto del momento en que su sobre ingresaba a la urna, porque como él dice: “Si una candidata o un candidato se puede sacar la foto al momento de votar, yo también me lo merezco”. Américo es un personaje que siempre rescata una sonrisa de las personas, por sus ocurrencias, su forma simple de decir las cosas y su mirada eterna que deja ver el cristal con el que se hacen las cosas buenas.

Quienes lo conocen, también saben que una tarde, al levantarse de la siesta, tenía una idea en su cabeza, quería conocer el mar. Nunca había ido, así que sus sobrinas y su nieta lo llevaron. En una de las fotos del álbum de recuerdos, que corrió por las mesas en el mediodía de su cumpleaños, para que sus conocidos escriban y firmen, se lo podía ver, parado en la playa descalzo y con las botamangas del pantalón arremangadas, con el mar mojándole los pies, una imagen que sostiene la posibilidad de todos los infinitos y más de un universo, que emociona y que muestra una escena que parece simple, pero que no lo es. “¡Me imagino el motor que debe haber debajo del agua, para hacer semejantes olas!”, dice Américo cada vez que cuenta la gran aventura de su viaje, cuando solo tenía 97 años. Una visión de un momento que lo llenó de emoción.

Quizás el mar lo esperó 97 años. Tal vez para algún lector, esta estación del otoño bajo la impronta del Covid-19 haya sido el momento para conocerlo y tener algo de esa larga y maravillosa vida. A veces el tiempo no hace más que demostrar que se trata de santiamenes y prodigios. Una constante que está en el andar de los que tenemos la fortuna de vivir. Américo Smith es un hombre que está a solo unos meses de cumplir un siglo. Es más que una edad, que una vida, que un andar. Es una enseñanza, que a todos nos muestra que la savia está hecha de milagros e instantes que pueden ser exactos.