
Dr. Luis Sujatovich – UDE – Universidad Siglo 21 –
El aprendizaje automático es una disciplina relacionada con la inteligencia artificial que favorece el desarrollo de algoritmos que puedan enriquecerse a partir de encontrar patrones de comportamiento, predecir situaciones y generar respuestas para atender algunas situaciones complejas. Las posibilidades de aplicación aún están en ciernes, dado que no hay certezas sobre el desempeño que podrían alcanzar, es decir qué podrían lograr con todo aquello que aprenderán.
La promesa de alcanzar la perfección en cada una de las tareas que se le otorguen configura, no ya una predicción sino más bien un objetivo alcanzable. No falta tanto tiempo para que nos enfrentemos a programas capaces de crear, conducir y producir sin ninguna de las dificultades que nos identifican como especie. ¿Estamos convencidos de convivir en el mundo que se configurará como consecuencia de una articulación cada vez más despareja? Es cierto que no conocemos nada absoluto, acabado, ideal, sino más bien vamos hacia ellos a lomos de la utopía. Por lo tanto, resta saber si podremos lidiar con automóviles que conduzcan según las normas, velocidades y recomendaciones establecidas, como ya está sucediendo con los primeros ensayos en Estados Unidos. No parece muy atractivo hacer un viaje de 400 kilómetros en el doble de tiempo, además habría que imaginar qué se podría hacer en el vehículo para amenizar la espera.
En el deporte ya hay algunas aproximaciones tales como el ojo de halcón en el tenis y las funciones del Var en el fútbol. Imaginemos que con el aprendizaje acumulado podrían no sólo ayudar a tomar las decisiones correctas, sino también progresar en su relevancia y convertirse en protagonistas. La industria se vería muy beneficiada, porque no habría impedimentos para que las competiciones sean permanentes: nadie necesitaría descansar.
Pero, si consideramos que los deportistas serían robots (disculpen la menesterosidad del lenguaje utilizado, entiendo que tamaño desarrollo informático merecería una denominación más prestigiosa), no tendrían fallas en su desempeño y, en consecuencia, no habría posibilidad de avanzar en el juego. Un partido de tenis no superaría jamás el primer punto: a un saque extraordinario le correspondería una devolución semejante. No es difícil comprender que, una vez que cede la fascinación por el prodigio tecnológico, el espectáculo caería en desgracia. Por definición, nadie podría avanzar en el marcador. En el fútbol sucedería algo semejante, el mejor de los remates sería capturado por la atajada más notable. Y así, en la más absoluta rutina de la perfección, estaríamos muy cerca de caer en el tedio.
Debemos admitir que, más allá de las pretensiones científicas, gozamos con las imperfecciones: ¿o acaso el arte no es una forma de sublimarlas? Las emociones y los recuerdos, acaso aquello que nos hace rotundamente humanos, no pueden vincularnos con la cultura a través de ecuaciones, proposiciones lógicas y teoremas.
¿Conocen alguna nación que haya construido su identidad y sus prácticas sociales gracias a la tabla periódica de los elementos químicos?
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